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Acomodáronse como pudieron en las tres sillas y en la cama del poeta, mientras éste se hallaba en el interior de la casa, al lado de doña Leoncia, poco atento á la política. El Curro se sentó junto á la mesa y mostró desde el principio gran deferencia hacia una botella que allí había, puesta sin duda por la previsora mano del poeta clásico.

No hemos conquistado más que unas cuantas fórmulas. ¿Y de eso quién tiene la culpa sino los liberales, que nos hablan del orden y vuelta con el orden?... ¡Eso mismo decía yo! exclamó el Curro, probando de nuevo la botella, que sin duda le había gustado. Enseñar al pueblo á pedir justicia; y si no se la dan, á hacerse justicia por mismo es lo que conviene dijo el Doctrino.

Ya va siendo tarde, y siguiendo su consejo de Vd. debo recogerme para que la flor de mi mocedad no se marchite. ¿Qué es eso? ¿Se quiere Vd. largar? ¿Quiere Vd. tomar el olivo? Yo no quiero tomar olivo ninguno. Al contrario. Curro, dime : aquí, en este montón de dinero, ¿no hay más que en la banca? Currito miró, y contestó: Es indudable.

Corriente: canos, al paso que usted, más metido en carnes que yo, con el pellejo más reluciente, su estatura regular y de buen arte, tan aseadito y curro, y tan recortaditas y cepilladas las blancas patillas... ¡Grises, don Claudio!... mírelas usted bien y juguemos limpio. Grises, corriente: vaya también esa ventajilla a favor de usted: poco me importa.

El uno de ellos, nacido en Algodonales, era de los contertulios más asiduos del barbero Calleja; y no es aventurado afirmar que intervino en la cuasi-trágica escena que en el primer capítulo referimos. Se llamaba Francisco Aldama, y por ser andaluz y bastante aficionado al trato de los lidiadoras de toros, se le llamaba Curro Aldama, ó el Curro.

Lázaro hizo lo mismo, y los tres se marcharon. El Doctrino y el Curro quedaban allí. No es aventurado conjeturar que, al quedarse solos, la botella, á que tanta afición había mostrado Aldama, estaba completamente vacía. Cuando se vieron solos y sintieron bajar la escalera á los otros, el de la botella dijo: ¿Cuánto te ha dado ayer el tío Coletilla?

Descabezaba una tarde la siesta el marqués, cuando llamaron a la puerta con grandes palmadas. Abrió: era Rita, en chambra, con un pañuelo de seda atado a lo curro, luciendo su hermosa garganta descubierta. Blandía en la diestra un plumero enorme, y parecía una guapísima criada de servir, semejanza que lejos de repeler al marqués, le hizo hervir la sangre con mayor ímpetu.

El Curro y el Doctrino bajaron después de haberse despedido desde la puerta y á gritos del poeta clásico. La Fontana de Oro sirvió al Rey y á la reacción más que los frailes y los facciosos, porque en ella había un cáncer que en vano trataban de cortar algunos hombres prudentes, expulsando á quien no era culpable.

De todos mis furores tiene la culpa la penilla negra, y de la penilla negra que hay en mi corazón, bien me yo quien tiene la culpa. Aquí intervino doña Ramona y dijo: Ea, hermano, déjate de sermones que aquí no hemos venido a sermonear sino a divertirnos. Ya se enmendará Curro y se pondrá más suave que un guante. D. Antonio, rasguee usted esa guitarra y que bailen el fandango estas niñas.

Esto pasaba en una pequeña sala interior de la Fontana, donde el amo tenía algunos centenares de botellas vacías, y dos ó tres barriles, vacíos también, con gran sentimiento, de Curro Aldama. Cuando Lázaro concluyó su relato, se sintió el ruido de aplausos y las voces entusiastas que resonaban en el recinto del café. Hablaba con mucha elocuencia Alfonso Núñez.