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Un gato empuja la puerta y llega sigiloso hasta la cama de la muerta, donde comienza a maullar tristemente, con largos intervalos. Tras el gato entra Benita la Costurera. ¡Doña Monchiña, ni agua caliente había! Tuve que encender unas pajas... Parece talmente que entraron aquí los facciosos.

En casi todo el Mediodía de Francia se creía lo mismo. El gobierno de la República, los subprefectos y demás funcionarios de la frontera española dejaban pasar a los facciosos; y en los coches de Elizondo, por los Alduides, por San Estéban de Baigorri, por Añoa, viajaban los jefes carlistas, con sus uniformes é insignias de mando.

En el capítulo El Politiqueo aparecen los Padres como facciosos, excitadores á guerra civil y tan partidarios de D. Carlos, que cantaban el Te Deum cuando ocurría algún suceso funesto para las armas de España, v. gr.: la muerte del caballeroso y heróico marqués del Duero.

Yo no consentiría ni periódicos facciosos como La Tradición, ni autoridades que no obedeciesen puntual e incondicionalmente al Gobierno, don Máximo. Estoy de acuerdo con usted hasta cierto punto; aun nos encontramos en un período de lucha y es menester apelar a procedimientos excepcionales. Pero no me negará usted que bajo un régimen normal, la libertad...

Art. 6.º No siendo regular que el Supremo Gobierno se exponga al menor percance, tanto más cuanto que hay en España, según parece, españoles que se hacen matar por su señor Carlos V, sin meterse a averiguar si Su Majestad y sus adláteres pasan como ellos trabajos, y dan su cara al enemigo, o si esperan descansadamente jugando a las bochas o al gobierno, a que se lo den todo hecho a costa de su sangre para agradecérselo después como es costumbre de caballeros pretendientes, es decir, a coces; la Junta Suprema y el Gobierno de Su Majestad Imperial permanecerán en Castel-o-Branco; tanto más cuanto que hay en Portugal muy buenos vinos y otras bagatelas precisas para la sustentación de sus desinteresados individuos; y sólo entrará en España, si entra, a recibir enhorabuenas y dar fajas y bastones a los principales facciosos y cabecillas que para lograrlos pelean desinteresadamente por el señor Carlos V, y bastonazos a los demás

En menos de un año ¡qué de generales famosos no se han estrellado! ¡Qué de facciosos no se han perdonado! ¡Qué de gracias no se han dicho por varios insignes oradores! ¡Cómo en menos de un año ha dicho el uno un chascarrillo, y cómo le han contestado con otro y con otros! ¡Qué de insultillos ocultos del procurador al ministro, y del ministro al procurador! Cien veces ciento Mil veces mil.

¿Está prohibido en España el saber la hora que es? preguntó el francés al español. Calle dijo el padre si no quiere que se le exorcice; y aquí le echó la bendición por si acaso. Aturdido estaba el francés, y más aturdido el español. Habíanle entre tanto desvalijado a éste dos de los facciosos que con los padres estaban, hasta del bolsillo, con más de tres mil reales que en él traía.

Al rodear las tropas vencedoras el picacho de Monte-Dalarza, los facciosos huían cuesta abajo por la vertiente opuesta: ya no se escuchaban cornetas ni se oían disparos, turbando sólo el augusto silencio de los campos el triste relincho de un caballo herido y abandonado en la hondonada.

, señor contestó el palurdo, pero... ¿eso rige todavía? Lea, pues, el curioso las tarifas y pregunte luego: verá como no hay carruajes para muchas de las líneas indicadas: pero no se desconsuele, le dirán la razón. ¡Como los facciosos están por ahí, por allí, y por más allá!

Henos aquí refugiándonos en las costumbres; no todo ha de ser siempre política; no todos facciosos. Por otra parte, no son las costumbres el último ni el menos importante objeto de las reformas. Sirva, pues, sólo este pequeño preámbulo para evitar un chasco al que forme grandes esperanzas sobre el título que llevan al frente estos renglones, y vamos al caso.