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Sabía que había frecuentado mucho el gran mundo, y, además, la amaba... Seguramente, consentiría de buena gana en llamarse la señora Martholl. Por otra parte, esta unión le aseguraba una existencia agradable.

Vale e importa dijo Tiburcio para que el diablo, aunque no tuerza la voluntad del hombre ni destruya la responsabilidad de sus actos, encamine estos actos hacia un fin y según un plan predeterminado, al cual obedece el diablo muy a pesar suyo y sin el cual no consentiría Dios que tentase a nadie. Tal, a mi ver, es la utilidad del oficio diabólico.

Después de deliberar un buen rato cerca de la cama de la parturienta, ésta nos dijo que su marido la mataría infaliblemente si ella intentaba imponerle esta paternidad legal. El conde añadió que el marqués de los Montes de Hierro no consentiría jamás en firmarse Chermidy. Resumiendo, inscribí al niño en la alcaldía con el nombre de Gómez, hijo de padres desconocidos.

Abandonaría el castillo, e iría a refugiarme en un convento, el della Pietá, donde se encuentra la hermana menor de usted, la señora Isabel. »¡Tiene razón! exclamé; ¡partamos! »¡Insensata! exclamó Teobaldo deteniéndome; ¿Cree usted que la abadesa della Pietá consentiría en recibirla y retenerla contra la voluntad del señor Duque?

Pero, el primer disgusto grave lo tuvieron cuando el parto de Gregoria; a Bernardino se le puso ocupar el despacho del viejo, que era para los hijos un sagrario, a fin de huir del lloriqueo del recién nacido y poder trabajar tranquilo, pero Casilda dijo que jamás lo consentiría y cogió la llave y se la guardó, desafiándole a que se la quitara; Esteven, en broma o de veras, hizo ademán de tomarla por la fuerza, con lo que se armó una marimorena escandalosa.

Lo cual visto por todos, cada uno se ofreció a querer ser el rescatado, y prometió de ir y volver con toda puntualidad, y también yo me ofrecí a lo mismo; a todo lo cual se opuso el renegado, diciendo que en ninguna manera consentiría que ninguno saliese de libertad hasta que fuesen todos juntos, porque la experiencia le había mostrado cuán mal cumplían los libres las palabras que daban en el cautiverio; porque muchas veces habían usado de aquel remedio algunos principales cautivos, rescatando a uno que fuese a Valencia, o Mallorca, con dineros para poder armar una barca y volver por los que le habían rescatado, y nunca habían vuelto; porque la libertad alcanzada y el temor de no volver a perderla les borraba de la memoria todas las obligaciones del mundo.

Había sido una determinación juiciosa. Pero ¿qué haría ahora que traído a su lado por la fuerza de los acontecimientos se vería mezclado de nuevo en su vida y sería testigo de las efusiones entre ella y su novio? Ante esta última suposición, María Teresa se sintió conmovida por una gran piedad. Por nada del mundo consentiría en afligir con tal espectáculo a este amigo que sufría por amarla.

Seguramente, usted piensa como yo: seríamos despreciables si aceptásemos tal situación. »Cierto, no lo pongo en duda, usted es bastante gentleman para tomarme por esposa sin dote; pero mi padre no lo consentiría, se considera obligado por su formal promesa. Así es que, como usted ve, en esta alternativa no me queda más que decirle adiós.

No quiso escuchar razones; la increpó, la injurió y la arrojó de su cuarto a empellones. Jamás consentiría en darle permiso. Primero quisiera verla muerta, y aun la mataría por su propia mano.

Los viernes ayunaba rigurosamente a pan y agua, haciendo prodigios de habilidad para que su padre no cayese en la cuenta, pues de notarlo tenía por seguro que no se lo consentiría. Traía siempre un medallón al cuello con el retrato de su novio. Un día que éste consiguió hablar un momento a solas con ella, le dijo: Oye, Ricardo; si no te enfadas, te diría una cosa.