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Pues os digo que no os entiendo. No es fácil, porque yo no me entiendo tampoco. Paréceme que habéis venido para algo. Indudablemente, señor, he venido para irme. Pero... ¿por qué habéis venido? Por venirme á cuento. ¿Pero qué cuento es el vuestro? Es, señor, un cuento de cuentos. Pues empezad. Ya he concluído. ¡Pero si no me habéis contado nada! Si vuestra majestad quiere contaré las palabras.

Señor, yo.... Aunque no sirvo mucho para estas cosas, quise informarme para no caer de inocente.... He preguntado por ahí y todo el mundo está conforme en que andan para casarse; hasta don Eugenio, el abad de Naya, me dijo que el muchacho había pedido sus papeles. Quedóse don Pedro callado, y al fin prorrumpió: Es usted un santo. Ya podían venirme a con ésas.

Muchas gracias por la compañía. Espero que seremos amigos, porque estaré aquí algún tiempo.... Yo soy hermano de Carlos Golfín, el ingeniero de estas minas. ¡Ah!... ya.... D. Carlos es muy amigo de mi padre y mío: le espera a usted desde ayer. Llegué esta tarde a la estación de Villamojada... dijéronme que Socartes estaba cerca y que podía venirme a pie.

Pero de repente se serenó y soltó una carcajada insensata. ¡Vamos, señor! dijo he perdido el tino; en vez de venirme á mi casa, me he venido á otra puerta. Y siguió el corredor adelante. Pero á medida que adelantaba se convencía de que estaba en el corredor de su vivienda. Entonces volvió á sobrecogerle el terror, y se volvió atrás, y volvió á llamar, pero de una manera desesperada.

Ciertamente; si al rey don Felipe no se le hubiera ocurrido armar la Invencible y enviarla á saludar á la reina de Inglaterra, la tempestad no hubiera deshecho la armada; no hubiera ido un jinete al Escorial á dar al rey la nueva del fracaso; la duquesa de Gandía no hubiera ido al cuarto de la infanta doña Catalina, ni el duque de Osuna al coro en busca del rey; no se hubieran encontrado, pues, á obscuras duquesa y duque; no hubiera nacido Juan, y no existiendo Juan, al soltarme de San Marcos me hubiera yo ido á Nápoles en vez de venirme á Madrid, y no me hubiera encontrado con la buena, buenísima hija del duque de Lerma: ni ella me hubiera dado la carta de la camarera mayor para su padre, ni por consecuencia, hubiera yo encontrado en el zaguán del duque á Juan Montiño, ni hubiera salido por el postigo de la casa del duque después de haber hablado con su excelencia, ni hubiera encontrado á Juan Montiño, que me acometió equivocándome con don Rodrigo, á quien esperaba para matarle, y si yo no hubiera estado allí cuando don Rodrigo salió, Juan Montiño muere; porque Francisco de Juara, que guardaba las espaldas á don Rodrigo, no se hubiera encontrado con mi espada, hubiera dado un mal golpe por detrás á nuestro mancebo, mientras don Rodrigo le entretenía por delante.

Y dígame usted ahora, en conciencia de buen amigo y hombre honrado: ¿hago yo bien o mal en estas cosas? ¿En qué cosas? la preguntó Leto algo sorprendido. En venirme sola a correr aventuras de esta especie... Es pregunta que me he hecho a misma muchas veces, y una no más a papá. Y ¿qué le ha respondido a usted su papá? volvió a preguntarla Leto, entrando en más hondas aprensiones.

Soy el mensajero a ti, de parte de Dios, dijo el ángel, vengo a anunciarte un hijo bendecido. ¿De dónde podrá venirme este hijo, respondió la virgen, que nunca se ha allegado a ningún hombre, ni he sido mala?... Tu hijo será el milagro y la dicha del universo

En los días que siguieron a la primera visita del administrador de la casa, no pudo la prójima apartar de su pensamiento a la que por tan breve espacio de tiempo fue su amiga. «¡Quién le había de decir a ella y quién me había de decir que viviría en su casa! ¡Qué vueltas da el mundo! En aquellos días, ni a se me pasaba por la cabeza venirme aquí, ni esta casa era tampoco de ella.

¡A nada!... A la noche volví y hablé con don Casiano largamente; le expuse con toda franqueza mis aspiraciones y hasta lo que tengo y lo que tendré con el tiempo en punto a recursos: llegué a decirle que liquidaría todo y me vendría a establecer aquí; el buen viejo me trató con toda consideración; pero diciéndome invariablemente: «Vea, señor, lo que ella resuelva, estará bien... ¿qué quiere que yo me ponga a contrariarla?... háblele usted, no más... y si es por visitarla, puede venir cuando quiera». Así lo hice; el martes, casi pasé el día allí; comí con ellos, tocamos el piano, conversamos largamente; volví ayer... hemos estado horas y horas solos; pero la última palabra de la Pampita al despedirme fue la primera: «Me debo a mi padre y no lo abandonaré en sus últimos años». «¿Me permite usted que la frecuentele dije teniéndole la mano tomada. «Siempre me será grata su visita», me contestó, y cuando salí por la tranquera para venirme, la vi en el corredor; la saludé con el sombrero y ella me contestó con la mano.