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Me tuvo un día de Difuntos, y después se fue a criar a Madrid. ¡Vaya con la buena señora! murmuró Teodoro con malicia . Quizás no tenga nadie noticia de quién fue tu papá. , señor replicó la Nela con cierto orgullo . Mi padre fue el primero que encendió las luces en Villamojada. ¡Cáspita!

Revolvieron los libros parroquiales de Villamojada, porque era preciso que después de muerta tuviera un nombre fijo la que se había pasado sin él en vida, como lo prueba esta misma historia, donde se la nombra de distintos modos. Hallado aquel requisito indispensable para figurar en los archivos de la muerte, la magnífica piedra sepulcral que se ostentaba orgullosa en medio de las rústicas cruces del cementerio de Aldeacorba tenía grabados estos renglones: R. I. P. MARÍA MANUELA T

Hallábase en el suelo, en postura semejante a la que toman los chicos revoltosos cuando están jugando, y ora sentada sobre sus pies, ora de rodillas, no daba paz a las tijeras. A su lado había un montón de pedazos de lana, percal, madapolán y otras telas que aquella mañana había hecho traer a toda prisa de Villamojada, y corta por aquí, recorta por allá, Florentina hacía mangas, faldas y cuerpos.

Entre los amigos hubiéramos colocado todos los billetes reuniendo una buena suma que podrías destinar a los asilos de Beneficencia. Podías haber formado una sociedad con todo el señorío de Villamojada y su término, o con todo el señorío de Santa Irene de Campó, y celebrar juntas y reunir mucho dinero.... ¿Qué tal? También pudiste idear una corrida de toretes.

Mire usted, D. Teodoro, cómo se pone mi hija; ya tiene en su cara todas las rosas de Mayo. Voy a ver lo que dice mi hermano... a ver lo que dice mi hermano. Retirose el buen hombre. Teodoro se acercó a la Nela para observarla de nuevo. ¿Ha dormido anoche? preguntó a Florentina. Poco. Toda la noche la suspirar y llorar. Esta noche tendrá una buena cama, que he mandado traer de Villamojada.

Muchas gracias por la compañía. Espero que seremos amigos, porque estaré aquí algún tiempo.... Yo soy hermano de Carlos Golfín, el ingeniero de estas minas. ¡Ah!... ya.... D. Carlos es muy amigo de mi padre y mío: le espera a usted desde ayer. Llegué esta tarde a la estación de Villamojada... dijéronme que Socartes estaba cerca y que podía venirme a pie.

Cuando la enterraron, los curiosos que fueron a verla ¡esto que es inaudito y raro! la encontraron casi bonita; al menos así lo decían. Fue la única vez que recibió adulaciones. Los funerales se celebraron con pompa, y los clérigos de Villamojada abrieron tamaña boca al ver que se les daba dinero por echar responsos a la hija de la Canela.

No, no es para vicios, no es para vicios dijo el chico con energía, oprimiéndose el seno con una mano, mientras sostenía su cabeza en la otra es para hacerme hombre de provecho, Nela, para hacerme hombre de pesquis, como muchos que conozco. El domingo, si me dejan ir a Villamojada, he de comprar una cartilla para aprender a leer, ya que aquí no quieren enseñarme. ¡Córcholis! Aprenderé solo. ¡Ay!, Nela, dicen que D. Carlos era hijo de uno que barría las calles en Madrid.

Golfín le acarició el rostro con su mano, tomándolo por la barba y abarcándolo casi todo entre sus gruesos dedos. ¡Pobrecita! exclamó . Dios no ha sido generoso contigo. ¿Con quién vives? Con el señor Centeno, capataz de ganado en las minas. Me parece que no habrás nacido en la abundancia. ¿De quién eres hija? Dicen que mi madre vendía pimientos en el mercado de Villamojada. Era soltera.

Ya estamos en la realidad.... Bien, amiguito, doy a usted gracias por las noticias que me ha dado y las que aún ha de darme.... Salí de Villamojada al ponerse el sol. Dijéronme que adelante, siempre adelante.... ¿Va usted al establecimiento? preguntó el misterioso joven, permaneciendo inmóvil y rígido, sin mirar al doctor, que ya estaba cerca. , señor; pero sin duda equivoqué el camino.