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El cual tomó a pecho, y a buena cuenta, los agrios callejones que parecían ser las raíces con que estaba el monte adherido al valle; callejones sarpullidos de cantos removidos y descarnados por el constante fluir de los regatos que por allí bajan desde sus cercanos manantiales.

Antes de acomodarse en los coches se pasó cerca de media hora, cambiándose entre unos y otros interminables bromas que hacían fluir las carcajadas. Casi todos estaban roncos. Los hombres, perezosos para meterse en los vehículos, hacían traer á ellos bateas con cañas y las servían á las hembras, que las rechazaban riendo, cuando no les bañaban el rostro con ellas.

A paso lento, gozando el placer del que ha terminado una tarea difícil, atravesó los salones dirigiendo sus ojos risueños a todas partes, dejando fluir de sus labios palabritas amables a los amigos con quien tropezaba. Aquel baile espléndido, quizá el más suntuoso que hubiese dado jamás un particular en España, era obra suya casi exclusivamente.

Se había entusiasmado con aquel fluir de palabras dulces, nuevas, llenas de una alegría celestial; había abierto su corazón delante de aquel agujero con varillas atravesadas. También ella había dicho muchas palabras que no había usado en su vida hablando con los demás.

Se acordó que velara Facia, que no se acostara Chisco y que durmiera yo como las liebres; y con ello se marcharon Lita y su madre con Neluco, despidiéndose ellas «hasta mañana» y él «hasta luego»; se fueron quedando a oscuras aquellos destartalados y fríos ámbitos de la casona; creció con las tinieblas el silencio, y pasó un buen rato, mientras la mujer gris aderezaba el velón, sin que yo viera otra cosa en derredor mío que las mortecinas ascuas agonizando entre las cenizas del brasero, ni oyera otros rumores que los de la trabajosa labor del respirar de mi tío en el fondo de la alcoba, y los del acompasado y monótono fluir de las canales sobre el encharcado goterial.

Y al mismo tiempo, ella, tan grave y silenciosa en visita, hacía fluir de sus labios un chorro constante de palabritas melosas que le adormecían y embriagaban. El fuego, que se adivinaba al través de sus grandes ojos misteriosos y traidores, brotaba ahora con vivas llamaradas.

Toda debió fluir al corazón. Apenas tuve fuerzas para hacer una mueca que quiso y no pudo parecer sonrisa. ¡Hola! ¿Usted por aquí? dijo al verme, levantándose a medias del asiento y extendiéndome la mano. No contaba verle tan pronto, amigo. ¿Cómo lo ha pasado usted? ¿Se conocen ustedes, a lo que veo? preguntó don Oscar con su voz recia y profunda.

Percibía las palpitaciones del corazón de su novio; su fuerza, su frecuencia, el fluir tumultuoso de la sangre en las arterias, entonaban, para ella, un himno sagrado y triunfante. Presentía cuánto ideal y generosa energía llevaría, por el don de misma, a la vida de su amado. Era cierto: Juan aprisionaba su sueño entre sus brazos; tenía estrechada contra su pecho a la mujer únicamente amada.

A los quince, libre ya de ayos y maestros, era el sietemesino más galán que aspiraba a afeitarse, y dirigía cotillones en los grandes salones de la corte; a los veinte, era un afortunado tenorio de mala ley, que hacía gala en el Veloz Club de sus aventuras escandalosas; a los veinticinco, era un perdido aristocrático, elegante, modelo, que no retrocedía ante una estocada de mentirijillas, ni ante un steeplechase, ni ante un copo de veinte mil duros, y derrochaba los millones de su mujer con la misma facilidad con que la varilla encantada de un mágico hace fluir del centro de la tierra tesoros escondidos y guardados por gnomos y salamandras.

Al poco tiempo de ejecutar esta tarea, algunas gotas de sudor empezaron á correr por su frente. ¡Si vierais cómo trabaja la señora condesa! dijo el mayordomo á las mujeres de abajo. Así, así; hoy ganará su jornal respondió una. La condesa reía. Tenía ya las mejillas encendidas como la grana. Toda su sangre de aldeana parecía fluir á ellas velozmente cansada de agitar el corazón.