United States or Canada ? Vote for the TOP Country of the Week !


Su nuera aparece en el suyo, más desaliñada que nunca, con la cara roja como un pimiento seco y con la crin suelta, en medio de una espesísima nube de humo, ¡aparición verdaderamente infernal!; saca medio cuerpo fuera de la balaustrada, y con voz ronca y destemplada grita, mirando al piso segundo: ¡Tía!...

Josefina salió de la casa y corrió desalada por la calle de Santa Lucía, penetró en la travesía de Santa Bárbara, atravesó la plazuela del Obispo y, bajando por la calle de la Sastrería, salió por la puerta de San Joaquín a la carretera de Sarrió. Había cerrado ya la noche. Caía suavemente una lluvia menuda, pero espesísima, que en poco tiempo la caló hasta los huesos.

Está la montañuela cubierta de vegetación, pero de vegetación baja, a flor de tierra, de suerte que, vista de lejos, se les figuraba cabeza de gigante con cabellera corta y espesísima. Ya en la cúspide, subían al mirador y manejaban el gran anteojo, registrando el inmenso panorama que se extendía en torno.

Encontróse, al cabo, en un apartado gabinete del Veloz, a un viejo con grandes patillas canas y una cabellera blanca y espesísima, más digna de coronar la frente del rey Lear que aquel rostro encarnado y granujiento en que había dejado impresa su huella todos los vicios.

Los náufragos no podían ya dudar un instante; y se apresuraron a internarse en la selva alejándose del río. La selva era espesísima y reinaba tal oscuridad en ella que apenas podían distinguirse los troncos de los árboles; pero Cornelio que conocía muy bien los bosques de Timor, por los cuales había andado a menudo, se puso a la cabeza de los expedicionarios y los guió hacia el Oeste.

Para mejor recrearse, no quiso seguir el camino que ceñía la ladera: prefirió caminar por el álveo mismo del arroyo, que en el verano estaba casi enjuto. Formaban sobre él los avellanos que salían de las fincas lindantes una espesísima bóveda, tan baja que a veces no permitía el paso de un hombre sin doblarse: en ocasiones llegaba hasta interponerse como una barrera, como una muralla de verdura: entonces nuestro joven se veía obligado a buscar un agujero por donde colarse, sosteniendo con las manos el ramaje mientras pasaba. A un lado y a otro veía, por entre las hojas, la alfombra verde de las praderas que el sol matizaba de oro. En el cauce del arroyo no penetraban sus rayos. Era un túnel fresco y oscuro; tan fresco que, a pesar de lo elevado de la temperatura, sentía de vez en cuando leves escalofríos. Si las ramas de los avellanos no le permitían caminar derecho, la naturaleza del suelo tampoco le dejaba afirmar el pie con desembarazo. El lecho del arroyo era pedregoso y desigual. Además, aunque no trajese mucha agua, todavía era la bastante para formar menudos charcos, que se veía obligado a salvar saltando de piedra en piedra.

Hacia media noche, después de cinco o seis millas de camino, llegaron los fugitivos a la orilla de un arroyo que corría entre bancos de arena y plantas acuáticas. Sus orillas estaban cubiertas de vegetación espesísima. Detengámonos aquí dijo el Capitán . No tengo por probable que nos alcancen. Bajaron al arroyo y saciaron la sed. Después se dedicaron a buscar frutas para aplacar el hambre.

No se veía mas que la entrada de un río entre la niebla espesísima. En medio de la bruma de un cielo polar se destacaban promontorios avanzados, grises, sin vegetación, y hacia tierra pantanos negros, por encima de cuyas aguas inmóviles volaban nubes de pájaros. Todavía seguía el crepúsculo cuando nos acercamos al pontón.

Por lo demás, parecía un infeliz, silencioso, sonriendo a todo lo que se decía, dejando escapar de vez en cuando alguna frase insignificante. Pues este mancebo delicado, según mis observaciones, abrigaba proyectos de seducción sobre la bíblica señora de Torres. Sentábase frente a nosotros, y mientras duraba el almuerzo y la comida no dejaba de envolverla en una red espesísima de rayos visuales.

Y con todo, debía de ser más temprano de lo que allí decía; no podían ser las ocho, ni siquiera las siete, se lo decía el sueño que volvía, a pesar de las abluciones, y con más autoridad se lo decía la escasa luz del día». «El orto del sol hoy debe de ser a las siete y veinte, minuto arriba o abajo; pues bien, el sol no ha salido todavía, es indudable; cierto que la niebla espesísima y las nubes cenicientas y pesadas que cubren el cielo hacen la mañana muy obscura, pero no importa, el sol no ha salido todavía, es demasiada obscuridad esta, no deben de ser ni siquiera las siete». No podía consultar el reloj de bolsillo, porque el día anterior al darle cuerda le había encontrado roto el muelle real.