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En los miradores apenas cabían los ramilletes de señoras; clamaban a voz en grito las campanas y gritaba el pueblo, y se estrujaban hombres y mujeres contra las paredes, y los chiquillos trepaban por las rejas, y los soldados formados en dos filas pugnaban por dejar el paso franco a la comitiva. Todo el mundo quería ver, y no era posible que vieran todos.

Pasó por encima de muertos y moribundos hacinados, y llegó á un lugar inmediato que estaba hecho cenizas; y era un lugar abaro que conforme á las leyes de derecho público habian incendiado los Bulgaros: aquí, unos ancianos acribillados de heridas contemplaban exhalar el alma á sus esposas degolladas; mas allá, daban el postrer suspiro vírgenes pasadas á cuchillo despues de haber saciado los deseos naturales de algunos héroes; otras medio tostadas clamaban por que las acabaran de matar; la tierra estaba sembrada de sesos al lado de brazos y piernas cortadas.

26 Y ellos tomaron el buey que les fue dado, y lo aparejaron, e invocaron en el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: ¡Baal, respóndenos! Mas no había voz, ni quien respondiese; entre tanto, ellos andaban saltando cerca del altar que habían hecho. 28 Y ellos clamaban a grandes voces, y se sajaban con cuchillos y con lancetas conforme a su costumbre, hasta cubrirse de sangre.

Con este deseo caminé largo trecho entre las filas de retaguardia del centro: los soldados de los regimientos que allí se rehacían para salir de nuevo al frente, clamaban también pidiendo agua.

Esto era considerado como una gran desvergüenza entre las personas severas del lugar, que clamaban contra el escándalo y mal ejemplo; pero poco a poco todos se fueron acostumbrando, y al cabo de algunos años nada parecía más natural ni más justo sino que Juanita fuese hija de Juana, a la cual no faltaron tampoco defensores, ya razonables, ya fervorosos, que alababan el cariño y la devoción maternal de la madre a la hija, y que cuando eran algo maldicientes no dejaban de comparar a Juana con otras que pasaban por honradísimas y que hasta tenían la insolencia de presumir de casi santas.

No se podía fijar la atención, sin sentir vértigo, en aquel voltear incesante de una infinita madeja de hilos de agua, ora claros y transparentes, ora teñidos de rojo por la arcilla ferruginosa; ni cabeza humana que no estuviera hecha a tal espectáculo, podría presenciar el feroz combate de mil ruedas dentadas que sin cesar se mordían unas a otras, y de ganchos que se cruzaban royéndose, y de tornillos que, al girar, clamaban con lastimero quejido pidiendo aceite.

Eran los heridos que quedaban en la primera batería, los cuales, sintiéndose anegados por el agua, que ya invadía aquel sitio, clamaban pidiendo socorro no si a Dios o a los hombres. A éstos se lo pedían en vano, porque no pensaban sino en la propia salvación. Se arrojaron precipitadamente a las lanchas, y esta confusión en la lobreguez de la noche, entorpecía el trasbordo.

Cubierto el puente de caliente sangre Izando al tope flámula de honor Ha visto la bandera de un Imperio Sepultarse entre el humo del cañon. Y al pasar por su costado Brown que el combate ordenaba Con su bocina de mando A los bravos saludaba. En el Juncal, donde con pecho fuerte Clamaban todos: «Libertad ó muerte

Sentía ansia de destrucción, y mi amor propio, mi orgullo herido clamaban al cielo, haciendo a toda la creación solidaria de mi agravio. Yo creía que el universo entero estaba ofendido, y que cielo y tierra respiraban anhelo de venganza. Crucé varias calles, repitiendo: Mataré a ese inglés, le mataré. Al volver una esquina creí distinguirle y apresuré el paso. , era él.

13 tomaron ramos de palmas, y salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna, Bendito el que viene en el Nombre del Señor, el Rey de Israel! 14 Y halló Jesús un asnillo, y se sentó sobre él, como está escrito: 15 No temas, oh hija de Sión: he aquí tu Rey viene, sentado sobre un pollino de asna.