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El cielo despejado parecía sobre nuestras cabezas y todo alrededor bóveda de zafiro limpio y claro. Y la risueña costa iba alejándose, esfumándose en el aire, y, por último, sepultando sus cocoteros, sus palmas y toda la pomposa lozanía de sus ricos campos y de su perenne verdura en áureo piélago de líquidos rubíes, que tal era el aspecto del mar al sepultarse también el sol en el ocaso.

Entonces aprendió también á bendecir la previsión de su padre, que le había permitido conocer algo el mundo, antes de sepultarse para siempre en la soledad del claustro. ¡Cuán diferente le parecía entonces la vida, cuán exageradas las palabras del Maestro de los novicios al describirle con los más negros colores la manada de lobos, como él decía, que le esperaban para devorarle apenas abandonase los muros protectores de Belmonte!

Trabado en su marcha por una fuerza de milicianos que se habia organizado de Sangarara, los atacó, y obligó á asilarse del templo, donde se defendieron hasta sepultarse bajo los escombros del edificio, que se desplomó sobre sus cabezas. Esta ventaja, poco considerable en misma, dió alas á la anarquia, que se propagó hasta la provincia de Chichas.

Nada de esto quiere decir que esté usted obligado a sepultarse aquí perpetuamente: al contrario, yo sería el primero en aconsejarle que no lo hiciera; que de vez en cuando traspusiera esas cumbres para echar una cana al aire, bien seguro de que esas correrías, hechas por un hombre del entendimiento y de la cultura y de los caudales de usted, habían de lucir al fin y al cabo en beneficio de este valle.

»Partió el 6 de Octubre de Laredo para Medina de Pomar, acompañado del alcalde de Durango, de la Chancillería de Valladolid, con cinco alguaciles, disgustado y como avergonzado de verse entre tantas varas de justicia, que parecía le llevaban preso. No quería que le hablaran de negocios; huía de que le tocaran asuntos políticos, y mostraba no tener otro anhelo que sepultarse cuanto antes en Yuste.

Ser bueno para es lo propio del débil; en ser justo para los demás están la sabiduría y la grandeza. Cuando estaba resuelto a sepultarse para siempre en la soledad y el olvido de su pueblo, unos cuantos miserables que la sociedad expulsaba de su seno, amputados como miembros podridos, le dieron a entender que si la fe puede morir, el amor a la humanidad es inmortal.

Renunciar al brillo de su ingenio y hermosura, a las adulaciones de la pequeña corte masculina que la festejaba un día y otro día; abdicar esta corona y huir de la capital de su reino de galanterías para sepultarse en un rústico lugarón donde no había de tener más solaz que lecturas insípidas y donde había de recibir la noticia del fin tristísimo de su marido, era fuerte cosa para un corazón amigo de impresiones lisonjeras, para una fantasía siempre joven y siempre soñadora, para una conciencia alarmada.

No las encontramos hasta que algo recobrados de la primera impresion, ¿amais le dijimos, la naturaleza y os encerrais en uno de sus cuadros? ¿Qué es todo este vasto espectáculo de Granada para el de ese inmenso Océano cuyas olas azotan sin cesar las murallas de Cádiz como legiones de combatientes que han jurado su ruina? ¿qué son estos rios de Genil y Darro para ese imponente Guadalquivir que despues de haber cubierto de flores las fecundas praderas de Córdoba y Sevilla baja precipitadamente á sepultarse en el fondo de los mares? ¿qué las alamedas de la Alhambra para los encantados jardines del Alcázar de Sevilla y los bosques de naranjos que circundan el palacio de S. Telmo? ¿Es acaso comparable esta vega con las dilatadas llanuras á que dan sombra los mas decantados olivos de la Andalucía? ¿con los pintorescos valles de Carmona, cuyos oteros y altozanos vestidos de mil colores sorprenden aun al que los contempla desde las desmoronadas torres de su antigua fortaleza? ¿con los feraces campos de Sevilla, donde se oculta el hombre entre las mieses?

Cuando fijo la vista en los restos de obras tan antiguas y venerables; cuando las veo en un estado de degradacion, ó por hablar con mas exactitud, de destruccion; no puedo menos de esclamar apesadumbrado. ¡Será posible que por un descuido vergonzoso hayan de sepultarse en la nada estos monumentos!

Apolonio, con aquella su portentosa ineptitud para percibir la realidad externa, volvió a su casa convencido de que no había habido, en los anales de la dramaturgia, triunfo como el suyo. Ya en calzoncillos, antes de sepultarse en el camastro, dijo entre , fijando el dedo índice en medio de las cejas: «El derrotero está trazado.