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Estaba cuajado de esmeraldas, rubíes, diamantes, en fin, de la más rica pedrería que pueda imaginarse; y labrado todo con tal arte, que a primera vista parecía estar vivo. Comprendo su emoción, dijo el canónigo. Está reputada esta joya como una de las más notables de que hay noticia.

Cubre así a veces la cancerosa llaga de una princesa el peplo de lino recamado de rubíes. ¡El descanso, al fin! prorrumpió mi esposa sollozando. El cementerio es el descanso. , Rosalinda de mi vida. Porque había llegado el momento de que Nanela se llamase «Rosalinda», yo la llamaba «Rosalinda»... Después la llamé, ¡y siempre tan acertadamente!

Una vez, en la feria, se encontraron en una platería improvisada, y la oyó hablar de diamantes, perlas y rubíes..... ¡Qué voz! ¡Cuán diferente de todas las humanas! Ni ¿de qué otra cosa podría hablar más que de joyas aquella inmortal princesa? Finalmente: una noche volvía la joven de casa de una parienta enferma, con uno de sus insolentes hermanos.

Por sustraerse a tan horrible espectáculo, apresuró Stein sus pasos, no sin derramar copiosas lágrimas. Así llegó a la cima de otra altura, desde donde se desenvolvió a su vista un magnífico paisaje. El terreno descendía con imperceptible declive hacia el mar, que, en calma y tranquilo, reflejaba los fuegos del sol en su ocaso, y parecía un campo sembrado de brillantes, rubíes y zafiros.

Más allá tal vez estaría un infinito piélago de color y de luz, de donde al amanecer surgiría la aurora vertiendo claridad y oro, zafiros y rubíes por el éter, y abriendo paso al resplandeciente carro del sol, que vendría en pos de ella. Tal vez eran sueños y delirios las opiniones de antiguos sabios griegos sobre la esfericidad de la tierra.

Eran los tejos unas piezas redondas muy anchas, amarillas, encarnadas y verdes, que despedian mucho brillo: cogiéron algunas, y eran oro, esmeraldas y rubíes, de tanto valor que el de ménos precio hubiera sido la mas rica joya del trono del Gran Mogol. Estos muchachos, dixo Cacambo, son sin duda los infantes que estan jugando al tejo.

No se ha de extrañar, por consiguiente, que los asistentes en la tertulia tuviesen voraz apetito a eso de las once de la noche en que se sirvió la cena. En ella hubo lomo de cerdo en adobo, conservado en manteca, semejante a líquidos rubíes por el color rojo que le prestaba el aliño. Hubo también pavo asado y boquerones; exquisito vino de los Moriles; y, para postres, frutas y piñonate.

Hubo cierto desencanto cuando las dos hermanas se presentaron muy lindas, pero muy sencillas con sus trajes de viaje. Aquellas buenas gentes esperaban ver aparecer dos princesas mágicas vestidas de seda y brocato, cubiertas de rubíes y brillantes.

Un día recibió el emperador un paquete que decía «El Ruiseñor» en la tapa, y creyó que era otro libro sobre el pájaro famoso; pero no era libro, sino un pájaro de metal que parecía vivo en su caja de oro, y por plumas tenía zafiros, diamantes y rubíes, y cantaba como el ruiseñor de verdad en cuanto le daban cuerda, moviendo la cola de oro y plata: llevaba al cuello una cinta con este letrero: «¡El ruiseñor del emperador de China es un aprendiz, junto al del emperador del Japón

En primer término, sobre una espléndida alcatifa de Persia, y sentado en mullidos almohadones de seda, admirablemente bordados, se parecía un señor, en la flor de la juventud, cubierto de blanca y rozagante vestidura y coronada la gentil cabeza de un amplio turbante, cándido también, sobre el cual se erguía un airón o copete de rizadas y lindas plumas, sujeto el airón al turbante por una enorme piocha de perlas, diamantes y rubíes, que debía valer un imperio.