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El mejor hombre del mundo soy, y ya llevo muertos tres hombres, y de estos tres los dos son clérigos. Acudió á la bulla Cacambo que estaba de centinela á la puerta de la enramada. No nos queda mas que vender caras nuestras vidas, le dixo su amo; sin duda van á entrar en la enramada: muramos con las armas en la mano.

Metiéron en la máquina á Candido y á Cacambo: dos carneros grandes encarnados tenian puesta la silla y el freno para que montasen en ellos así que hubiesen pasado los montes, y los seguian otros veinte cargados de víveres, treinta con preseas de las cosas mas curiosas que en el pais habia, y cincuenta con oro, diamantes, y otras piedras preciosas.

Fué larga la conversacion, y se trató en ella de la forma de gobierno, de las costumbres, de las mugeres, de los teatros y de las artes; finalmente Candido, que era muy adicto á la metafísica, preguntó, por medio de Cacambo, si tenian religion los moradores. Sonrojóse un poco el anciano, y respondió: ¿Pues cómo lo dudais? ¿creeis que tan ingratos somos?

Yo no soy genealogista, pero si los predicadores dicen la verdad, todos somos primos hermanos; y cierto que no es posible portarse de un modo mas horroroso con sus propios parientes. O Panglós, exclamó Candido, esta abominacion no la habias adivinado: se acabó, será fuerza que abjure tu optimismo. ¿Qué es el optimismo? dixo Cacambo.

Al apearse Candido y Cacambo del coche, fuéron recibidos por veinte hermosas doncellas de la guardia real, que los lleváron al baño, y los vistiéron de un ropage de plumion de colibrí; luego los principales oficiales y oficialas de palacio los conduxéron al aposento de Su Magestad, entre dos filas de mil músicos cada una, como era estilo.

Parecióle bien á Cacambo tan prudente determinacion, puesto que sentia á par de muerte haberse de separar de amo tan bueno; pero la satisfaccion de servirle pudo mas con el que el sentimiento de dexarle. Abrazáronse derramando muchas lágrimas; Candido le encomendó que no se olvidara de la buena vieja; y Cacambo se partió aquel mismo dia: el tal Cacambo era un excelente sugeto.

Vuelve Candido el rostro, conoce á Cacambo; solo la vista de Cunegunda le hubiera podido causar mas extrañeza y mas contento. Poco le faltó para volverse loco de alegría; y dando mil abrazos á su caro amigo, le dixo: ¿Con que sin duda está contigo Cunegunda? ¿donde está? llévame á verla, y á morir de gozo á sus plantas.

Candido les presentaba á Martin y á Cacambo: todos se abrazaban, todos hablaban á la par; bogaba la galera, y estaban ya dentro del puerto. Llamáron á un. Judío á quien vendió Candido por cincuenta mil zequíes un diamante que valia cien mil, y el Judío le juró por Abrahan, que no podia dar un ochavo mas.

Se había traído consigo Candido de Cadiz uncriado corno se encuentran muchos en los puertos de mar de España, que era un quarteron, hijo de un mestizo de Tucuman, y que habia sido monaguillo, sacristan, marinero, metedor, soldado y lacayo. Llamábase Cacambo, y queria mucho á su amo, porque su amo era muy bueno.

Será lo que Dios quisiere, dixo Cacambo: las mugeres para todo encuentran salida; Dios las remedia; vámonos. ¿Adonde me llevas? ¿adonde vamos? ¿qué nos haremos sin Cunegunda? decia Candido. Voy á Santiago, replicó Cacambo; vm. venia con ánimo de pelear contra los jesuitas, pues vamos á pelear en su favor.