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Jóvenes en traje ligero de casa juegan á la sipa, hacen ejercicios gimnásticos valiéndose de trapecios improvisados: en las escaleras se sostiene un asalto entre ocho ó nueve, armados de bastones, picas, ganchos y lazos, pero asaltantes y asaltados no se hacen daño por lo general; los golpes paran de rebote sobre la espalda del chino tendero que en la escalera vende comistrajos é indigestos pasteles.

El fiero bogavante el homard, soberano de las ricas mesas descansaba sobre las tijeras de sus patas anteriores, arma poderosa como una doble hacha de combate. La langosta saltaba con agilidad por las peñas valiéndose de los ganchos de sus patas, herramientas de guerra y de nutrición.

Los respiraderos de nuestra cámara estaban cruzados por rejas: las paredes y las puertas, chapeadas de hierro; teníamos en medio una mesa, sujeta al suelo, que se podía desarmar y adaptar a la pared; unas cuantas sillas de tijera, una estufa de Plymouth, varios ganchos para las hamacas, colgadores para cada uno de nosotros y los cofres de cinc.

No lo había acabado de decir, cuando de un aposento salió un mulatazo mostrando las presas, con un sombrero enjerto en guardasol y un coleto de ante debajo de una ropilla suelta y llena de cintas, zambo de piernas a lo águila imperial, la cara con un per signum crucis de inimicis suis, la barba de ganchos, con unos bigotes de guardamano y una daga con más rejas que un locutorio de monjas.

Al llegar, su motor lanzaba tres rugidos, é inmediatamente descendía de lo alto un cable con dos ganchos que sujetaban automáticamente el plato. Una grúa fija en el borde de la mesa subía el enorme redondel de metal repleto de viandas humeantes. Varios hombres de fuerza se agarraban á sus bordes al verlo aparecer, empujándolo hasta las manos del coloso.

Quedó Pedro Alonso suspenso en leyendo la epístola, y acudió presto a su valija, y el hallarla vacía le acabó de confirmar la verdad de la carta; y luego al punto, en la mula que le había quedado, se partió a Burgos a dar las nuevas a sus amos con toda presteza, porque con ella pusiesen remedio y diesen traza de alcanzar a sus hijos; pero destas cosas no dice nada el autor desta novela, porque así como dejó puesto a caballo a Pedro Alonso, volvió a contar de lo que les sucedió a Avendaño y a Carriazo a la entrada de Illescas, diciendo que al entrar de la puerta de la villa encontraron dos mozos de mulas, al parecer andaluces, en calzones de lienzo anchos, jubones acuchillados de anjeo, sus coletos de ante, dagas de ganchos y espadas sin tiros; al parecer, el uno venía de Sevilla y el otro iba a ella.

No lo había acabado de decir cuando de un aposento salió un mulatazo mostrando las presas, con un sombrero injerto en guardasol, y un coleto de ante, bajo de una ropilla suelta y llena de cintas, zambo de piernas, a lo águila imperial; la cara, con un per signum crucis de inimicis suis; la barba, de ganchos, con unos bigotes de guardamano, y una daga con más rejas que un locutorio de monjas; y mirando al suelo, dijo: "Yo soy examinado y traigo la carta; y por el sol que calienta los panes, que haga pedazos a quien tratare mal a tanto buen hijo como profesa la destreza."

Allí cerca, en la despensa, gallinas, pichones, anguilas monstruosas, jamones monumentales, morcillas blancas y morenas, chorizos purpurinos, en aparente desorden yacían amontonados o pendían de retorcidos ganchos de hierro, según su género. Aquella despensa devoraba lo más exquisito de la fauna y la flora comestibles de la provincia.

Al principio les basta con seguir á lo largo del torrente, pero muy pronto es necesario que intervengan directamente, y entonces los intrépidos compañeros necesitan todo el vigor de sus agudos ganchos, toda la agilidad de sus brazos, toda la habilidad de su mirada y toda la energía de su voluntad.

En hay error; pero mala fe, jamás. La ligereza, ¿será hermana del crimen?... »He recurrido al juego y no he tenido suerte; se han conjurado contra hasta los abominables ganchos de los garitos. Es preciso acabar dignamente. Cada cosa que pierde el cimiento cae según su natural condición. Ayer te vio y quiso tirarte a la calle. Esta noche, y yo nos entenderemos.