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Actualizado: 12 de mayo de 2025


A su alrededor hay en acecho doscientos hombres de rostro bronceado, provistos de arpones y ganchos. De veinte leguas á la redonda llega el mundo elegante, mujeres bonitas y sus adoradores, quienes se colocan á la orilla del mar y lo más cerca posible para mejor ver la matanza, formando un círculo encantador. Dada la señal, el pescador hiere.

Han existido y existen, sin embargo, hombres casamenteros que lograron por ello la cúspide de la gloria y de la proceridad. Hay «ganchos» que han pasado a la historia. En todas las bodas reales ha intervenido el «gancho» diplomático. Los cancilleres de las cortes europeas hicieron, en el transcurso de los siglos, «ganchos» memorables.

De pronto, tomando con sus dos manos los brazos de su sillón, se enderezó tan alto como era; una llama guerrera brotó de sus profundas órbitas y exclamó con una voz sonora que me hizo extremecer: ¡Barra al viento, todo al viento! ¡Fuego á babor! ¡Atraca, atraca; arrojad los ganchos! ¡Con vigor! ¡Ya lo tenemos! ¡Fuego allá arriba! ¡Un buen escobajo! ¡Limpiad el puente! ¡A ahora! ¡juntos! ¡Sus! ¡al inglés, al sajón maldito! ¡hurra!

Era necesario que el hocico del animal tocase en un punto determinado; si tocaba, inmediatamente caía sobre su cabeza una barra metálica y otra idéntica le sujetaba por debajo de la quijada inferior. La fuerza del resorte no era suficiente para matar al ladrón de corral, pero para detenerlo, merced a ciertos ganchos incruentos sabiamente preparados.

No se podía fijar la atención, sin sentir vértigo, en aquel voltear incesante de una infinita madeja de hilos de agua, ora claros y transparentes, ora teñidos de rojo por la arcilla ferruginosa; ni cabeza humana que no estuviera hecha a tal espectáculo, podría presenciar el feroz combate de mil ruedas dentadas que sin cesar se mordían unas a otras, y de ganchos que se cruzaban royéndose, y de tornillos que, al girar, clamaban con lastimero quejido pidiendo aceite.

En el mostrador, de pintada tabla, estaba el peso de metal amarillo, que como el más fino oro de Arabia relucía, y de unos ganchos que traían a la memoria las horcas alzadas por Chaperón en la vecina plazuela, colgaban las orondas reses puestas al despacho.

Luego surgía de su lecho, flotaba unos minutos y caía pesadamente en el fondo, abriéndose una nueva fosa con sus nadaderas pectorales en forma de palas. El llamado peje-sapo el animal más feo del Mediterráneo cazaba de igual modo. Las tres cuartas partes de su cuerpo aplastado eran la cabeza, con una boca no menos grande armada de ganchos y cuchillos encorvados.

Estos «ganchos» trascendentales merecieron la admiración y el aplauso de los pueblos, que siguen venerando la memoria de aquellos insignes diplomáticos. El «gancho», tiene, pues, glorioso abolengo histórico, y no debe desdeñarse mi entrometimiento que ocupa tantas y tan sublimes páginas en los anales de la humanidad.

Pero de repente, al volver una esquina, hétenos á la tapada asida de un embozado. ¿Lluvia y tinieblas? ¿tapada y embozado?... buscona adobada y pollo que miente gallo. Más alto debe picar, porque don Rodrigo me dijo: Juara, lance tenemos; estocadas barrunto. Espada de gavilanes traigo y daga de ganchos. No se trata de que me ayudes... ¡para un hombre otro hombre! ¡Aventura con milagro!

Palabra del Dia

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