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Actualizado: 8 de julio de 2025
Visitó a Meissonnier, convidó a comer a Carlos Durand, y pudiendo conseguir que Raimundo Madrazo la diese algunas lecciones por pura galantería de cumplido caballero, volvióse a Madrid, dejando a Rosa Bonheur tamañita y royéndose los codos de envidia.
No se podía fijar la atención, sin sentir vértigo, en aquel voltear incesante de una infinita madeja de hilos de agua, ora claros y transparentes, ora teñidos de rojo por la arcilla ferruginosa; ni cabeza humana que no estuviera hecha a tal espectáculo, podría presenciar el feroz combate de mil ruedas dentadas que sin cesar se mordían unas a otras, y de ganchos que se cruzaban royéndose, y de tornillos que, al girar, clamaban con lastimero quejido pidiendo aceite.
Aparte de estas locuras, un buen muchacho que sabía su oficio: pero buena penitencia lleva, pues en Jerez nadie le ha dado trabajo por no molestarme, viéndolo expulsado de mi casa, y ahora tal vez vaya por el mundo royéndose los codos de hambre. Ese acabará por echar bombas, que es el final de todos los que niegan a Dios. Don Pablo y su empleado iban lentamente hacia el escritorio.
Vino después el regreso por las calles de la capital hasta palacio, y no dejé de oír algunos vivas al duque Miguel, quien, según me dijo después Tarlein, iba royéndose las uñas y como absorto en negros pensamientos, tan anonadado que hasta sus mismos admiradores convinieron en que debió haber mostrado menos desaliento.
Palabra del Dia
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