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Tenía siempre la misma aversión a su marido, pero se iba acostumbrando a él. Italia entera pasó ante su vista sin que se interesase por nada, ni siquiera se fijase en ningún sitio. Verdad es que en invierno Italia se parece mucho a Francia. Nieva un poco menos, pero llueve más. El clima de Niza la hubiera sentado muy bien.

Siguieron otro rato en silencio, y don Melchor, dándose una palmada en la frente, exclamó: ¡Ya lo que tienes! ¿Qué? Mal de la tierra. A me ha pasado siempre lo mismo. Cuando saltaba en tierra después de algún viaje ¡me entraba una desazón, una tristeza, un deseo tan grande de volverme a bordo! Duraba dos o tres días hasta que me iba acostumbrando.

Había a veces ciento cincuenta ciudadanos que permanecían presos dos, tres meses, para ceder su lugar a un repuesto de doscientos que permanecían seis meses. ¿Por qué? ¿qué habían hecho?... ¿qué habían dicho? ¡Imbéciles!: ¿no véis que se está disciplinando la ciudad?... ¿No recordás que Rosas decía a Quiroga que no era posible constituir la República porque no había costumbres? ¡Es que está acostumbrando a la ciudad a ser gobernada; él concluirá la obra, y en 1844 podrá presentar al mundo un pueblo que no tiene sino un pensamiento, una opinión, una voz, un entusiasmo sin límites por la persona y por la voluntad de Rosas! ¡Ahora que se puede constituir una república!

Hija, hay que irse acostumbrando a hablar como Dios manda». Quería doña Lupe que Fortunata se prestase a reconocerla por directora de sus acciones en lo moral y en lo social, y mostraba desde los primeros momentos una severidad no exenta de tolerancia, como cumple a profesores que saben al pelo su obligación.

Cierto que físicamente el apreciable chico le desagradaba; pero también es verdad que se iba acostumbrando a él, que sus defectos no le parecían ya tan grandes y que la gratitud iba ahondando mucho en su alma.

Mucho molestó en los primeros tiempos a algunas monjas el tal tamboril, no sólo por la pesadez de su toque, sino por la idea de lo mucho que se peca al son de aquel mundano instrumento. Pero se fueron acostumbrando, y por fin lo mismo oían el rumor del Tío Vivo los domingos, que el de los picapedreros los días de labor.

La hermosa iglesia antigua, con sus pesados dorados, sus altares relucientes y sus magníficas pinturas al fresco, estaba tan en tinieblas, que, al principio, recién entrado de la calle, no pude distinguir nada bien, pero así que mis ojos se fueron acostumbrando a la sombría luz, vi, a unas pocas yardas de donde yo estaba, un rostro que me era familiar, una cara que me hizo quedar con la respiración en suspenso y me llenó de inquietud.

Cumplida esta obligación suprema, la futura esposa del mejor de los hombres se ocupaba de todo lo de la casa con la diligencia de siempre, con más diligencia, si cabe, pues sin sospecharlo, se había ido acostumbrando a considerarse partícipe de aquel trono doméstico y co-propietaria de tan dulces dominios. Por las noches, la familia se reunía en el comedor, en torno del patriarca claudicante.

Entonces el desconcierto era la razón del pesimismo; pasaron tres siglos, el cuello fuése acostumbrando al yugo, y cada nueva generación, procreada entre las cadenas, se adaptó cada vez mejor al nuevo estado de las cosas. Ahora bien; ¿encuéntranse las Filipinas en las mismas circunstancias de hace tres siglos?

Bien sabía él lo que era aquello; ya se irían acostumbrando. Además, tal vez les interesaba ver cómo ardía la miseria que diez años de abandono habían amontonado sobre los campos de Barret. Y ayudado por su mujer y los chicos, empezó á quemar al día siguiente de su llegada toda la vegetación parásita.