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Actualizado: 8 de junio de 2025


Discutimos largo tiempo sobre las reglas de la comedia, desconocidas en esta nación, y despreciadas por los españolesCalderón entró en el año de 1663 en la hermandad de San Pedro, aplicándose con diligencia á desempeñar este cargo eclesiástico, y dejando á esta congregación, en su testamento, heredera universal de su cuantiosa fortuna.

El Conde, en su arte, no era menos que Zadig, y daba por seguro que él sabría decir quiénes eran las dos desconocidas por el mero hecho de haberlas visto un instante; pero no quería reflexionar, no quería interrogarse sobre este punto. Otra vanidad mayor que la vanidad de ser tan experto se lo impedía.

El faubourg Saint-Germain, como el hijo respetuoso de Noé, cubrió con su manto de púrpura los antiguos extravíos del anciano. Los hombres le trataron con consideración; las mujeres con benevolencia. ¿En qué país y en qué época han dejado ellas de tener indulgencia para las malas personas? Se le miraba como un viajero que había atravesado comarcas desconocidas.

Esta música le llegaba al alma. Parose un rato a oírla, y se le saltaron las lágrimas. Lo que sentía era como si su espíritu se asomara al brocal de la cisterna en que estaba encerrado, y desde allí divisara regiones desconocidas.

Estas impresiones, que son las primeras que tuve en Buenos Aires, puede decirse, las tengo presentes, y las siento como si fueran de ayer; veo aún las escenas y las cosas, tal como se presentaron a , así en tropel, medio confusas, informes, barajándose de una manera infernal, figuras, espectáculos, diálogos, ruidos y hasta aire de personas absolutamente desconocidas, que yo encontraba en la calle o veía en las antesalas del Ministerio en las horas de facción.

Lázaro estaba recogido y leyendo cuando llegó hasta sus oídos el alegre bullicio de la fiesta. Cerró entonces el libro, abrió el balcón, y el airecillo fresco de la noche le trajo claras y distintas las apasionadas frases de la música, como si el mundo, con aquella voz de sirena, quisiera arrancarle de la soledad. Bajó al jardín, se acercó a una reja, y oculto entre unos arbustos cuyas ramas se entrelazaban trepando por los gruesos barrotes de hierro, tendió la vista hacia el salón. Su mirada lo abarcó todo. Pasado un instante, la sorpresa se convirtió en asombro; sus ojos, deslumbrados por la claridad, fueron descubriendo los grupos, aislando las figuras, fijándose en los rostros, viendo surgir de entre un confuso mar de luces y colores las formas y el aspecto de las cosas. Los corrillos tan pronto formados como disueltos; la extraña amalgama que producían en el cuadro los trajes negros de los hombres destacándose sobre los vestidos claros de las mujeres; el continuo pasar de sombras que se cruzaban ante la reja, cortándole la vista; la variedad infinita de actitudes; el estado de los ánimos reflejado en las caras, atestiguando en uno de la indiferencia, en otro de los celos, mostrando acá la frialdad del apático, allá la impaciencia del nervioso, todo aquel conjunto de riquezas para él desconocidas, de lujos ignorados, le produjeron una impresión extraña, fuerte porque era nueva, y poderosa porque era continuada. La vista de aquel incesante movimiento, la luz arrancando destellos en pedrerías y collares, las damas, unas de semblante fresco como flores de campo, ajadas otras por los afeites o los años, engalanadas con sedas de todos los matices, desnudas las espaldas y los pechos a propio intento revelados en lo poco que el raso les cubría, el aire bochornoso y viciado que por la reja se escapaba, acabaron de marear al cura, sin que por eso dejara de mirar con ansia, creyendo a cada instante descubrir novedades que hiriesen su imaginación y calmasen sus agitados nervios. Hubo un momento en que la música apagó todos los otros ruidos; el ritmo sonoro y melódico de sus notas parecía arrastrarse como aurora de primavera en plantío de rosas; los giros lánguidos de acordes amortiguados y dulcísimos se trocaban de pronto en explosión de sonidos alegremente locos, y las armonías se esparcían como suspiros que volaban a refugiarse entre los pliegues de las amplias colgaduras, produciendo combinaciones raras, que se perdían, unas envueltas entre los giros de otras, como crujir de sedas y estallar de besos comprimidos. Las parejas iban deslizándose rápidamente ante la reja en confuso desorden, desapareciendo y tornando a pasar cual figuras de una linterna mágica, hasta que, callando de repente la orquesta y suspendiéndose aquel vertiginoso movimiento, Lázaro vio acercarse, impelidos todavía por la última vuelta del vals, una mujer y un hombre: Félix y Josefina.

Con estos planes e intenciones, la noche del día en que el Conde supo en el Ministerio de Hacienda quiénes eran sus desconocidas, hablaban éstas a solas en su pobre casa, mientras aguardaban a don Braulio, que estaba trabajando en la Secretaría. No te entiendo, Inesita decía doña Beatriz, sentada en una butaca enfrente de su hermana . Que yo no rabie, nada tiene de particular.

En cuanto al lechón me dijo la doméstica que solía comerlo, pero pura y exclusivamente por no desairar á alguna amiga. Con arreglo á los anteriores apuntes, no nos cabe duda que nuestras dos desconocidas son mestizas de pura raza: el traje de la mayor hace suponer que es casada, y casada con europeo. Durante los primeros platos que se sirvieron no tomaron parte en la conversación.

Casi todas las palabras finalizan en vocal, y solo se esceptuan los sonidos compuestos, terminados en on, an y ch francesa, sin que ninguno de ellos sea duro. Las letras f, l y x son desconocidas. Los adjetivos sirven á la vez á los dos géneros. El sistema de numeracion se estiende solamente hasta diez, y probablemente se aviene al número de los dedos.

Llegó resbalando sin violencias por la voluptuosa pendiente que lleva del placer al vicio, del vicio a la aberración, de la aberración al tedio, al desencanto, al espantoso vacío del corazón que produce vértigos en la cabeza y despeña al hombre en todas las locuras y en todas las infamias, en busca de placeres nuevos que despierten su sensualismo embotado, de impresiones desconocidas que sacien la voracidad de sus concupiscencias estragadas.

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