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Acuérdome que un día dije a uno destos pertinaces: ''Decidme, ¿no os acordáis que ha pocos años que se representaron en España tres tragedias que compuso un famoso poeta destos reinos, las cuales fueron tales, que admiraron, alegraron y suspendieron a todos cuantos las oyeron, así simples como prudentes, así del vulgo como de los escogidos, y dieron más dineros a los representantes ellas tres solas que treinta de las mejores que después acá se han hecho? ''Sin duda -respondió el autor que digo-, que debe de decir vuestra merced por La Isabela, La Filis y La Alejandra''. ''Por ésas digo -le repliqué yo-; y mirad si guardaban bien los preceptos del arte, y si por guardarlos dejaron de parecer lo que eran y de agradar a todo el mundo.

De manera, que aunque se les ofreció en general el tiempo de gracia y misericordia, ni la misericordia les valió, ni la gracia, para que se convirtieran de veras y con constancia, pues desde aquellos tiempos en que escribe como testigo de vista, que fueron treinta y cuatro años, dice, nunca pudo cesar la Inquisición sobre su obstinación y perfidia, relajando en varias ocasiones a muchos relapsos o pertinaces al brazo seglar para ser quemados vivos y muchísimos expuestos a la vergüenza, condenados a cárcel perpetua y confiscación de sus bienes, sin quererse enmendar jamás, verificándose en ellos lo de Jeremías.

Y no es fácil de creer que los de Mallorca al ejemplo de sus vecinos y quizás descendientes y a la luz de tantos prodigios no se convirtieran también, de manera que en los años de 423 podemos creer quedarían muy pocos o ninguno, pertinaces en esta Isla.

Ni es menester ir tan lejos; a los ojos tuvimos la diferencia, aun de los menos advertidos, reparable entre los reducidos y los pertinaces. Estos iban formidable el semblante; horrorosos, inquietos, perturbados y vomitando furias los ojos y en todo su aspecto tan endemoniados que al pasar se oía por las calles frecuentemente: JESUS; qué cara de condenado!

O cuan con diferente serenidad de rostro, hijo de la paz y gozo del corazón, vió Roma tal día como éste entrar al apóstol San Juan en la tina de óleo hirviendo; de aquella con que miraba Mallorca, que se acercaban al brasero los tres pertinaces a pesar de su mentida afectación? Córrome de tan soberano cortejo.

Perfidos, desleales, fementidos, Crueles, revoltosos y tiranos, Ingratos, codiciosos, mal nacidos, Pertinaces, feroces y villanos, Adulteros, infames, conocidos Por de industriosas, mas cobardes manos, Qué gloria alcanzareis en darnos muerte Teniendonos atados desta suerte?

De muy distinto modo lo veía su hija, que, aun sin lo advertido por los doctores de Spá, tenía en su buen entendimiento la luz necesaria para no engañarse; y con esto, y con la evidencia de que el estado de su madre era gravísimo, también; con las tristes deducciones que le resultaban de estas innegables premisas; la relativa soledad en que se encontraba en Madrid, a donde los apuntados sucesos la habían obligado a volver antes de lo calculado, y, por consiguiente, hallándose todavía rodando fuera de la patria todos los amigos de «su mundo»; la negrura de los espacios a que la condujeron sus cavilaciones pertinaces, y, ¿por qué negarlo?, hasta la ausencia del único hombre de fuste que en aquel caso pudiera ser para ella un prudente consejero, y cuanto en este hilo de su discurso fue ensartando la mano de Satanás, porque otra más honrada no podía complacerse en hacer un rosario tan largo y de tan fríos desalientos, llegó a apoderarse de la infeliz una verdadera melancolía; siendo muy de notar que antes se le aumentaba que se le disminuía con los cálculos risueños y los propósitos mundanos, que eran los temas exclusivos de la conversación de los convalecientes con ella.

En algunos pocos se hubo de lidiar con los errores, siendo tan fácil el convencerlos, cuan difícil el hacerles confesar que lo estaban. Pero en fin, obrando la razón, y la gracia a lo que se puede creer, todos confesaron sus engañosos delirios, exceptos solos dos que quisieron estar pertinaces.

«Parece que dudas si Nos, al ver tu cuidado de castigar con severidad á los pérfidos que fingiéndose cristianos blasfeman de Cristo, lo crucifican con infidelidad judáica, i están pertinaces en su apostasía, pensarémos que lo haces mas por ambicion i codicia de bienes temporales que por celo de la fe i verdad católica ó temor de Dios; pero debes estar cierta de que no hemos tenido ni aun leve sospecha de ello; pues aunque algunas personas han susurrado algunas especies para cubrir las iniquidades de los castigados, no hemos podido creer injusticia tuya ni de tu ilustre consorte, nuestro hijo carisimo.

Si se abriga, al contrario, el firme propósito de que torne á ser el teatro lo que fué antes, y lo que debe ser siempre, ha de aplicarse la máxima de poner sólo en escena buenas obras y ricas en poesía, ó aquéllas, por lo menos, que demuestren el empeño de sus autores en alcanzar fines elevados; una serie no interrumpida de tales representaciones formará á su vez al público, y le quitará toda ocasión de dejarse llevar de sus inclinaciones habituales y corrompidas; si, al contrario, se familiariza largo tiempo con esas representaciones, entonces, como acontece también en la estación más hermosa de la primavera que haya algún día espesas escarchas, renunciará al cabo á sus hábitos pertinaces, y comprenderá el contraste monstruoso que ofrecen las composiciones poéticas, dignas por su mérito de alabanza, y las prosáicas é indignas, que excitaban antes su entusiasmo.