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Rezaba con los ojos secos, rezaba á solas con su desesperación, fijando en la cruz una mirada de hipnótica tenacidad... Allí estaba su hijo, tendido junto á sus rodillas, lo mismo que de niño, en la cuna, cuando ella, vigilaba su sueño... La exclamación del padre estallaba también en su pensamiento, pero sin exasperaciones coléricas, con una tristeza desalentada. ¡Y no le vería más!... ¡Y era posible esto!

Terrosa adherencia mataba el brillo del bronce, del nácar, de la concha. ¡Muebles cuasi espectrales! Las antepuertas, los tapices y todas las colgaduras, cubiertas de telaraña, pendían con hipnótica apariencia, y el polvo aclaraba, a manera de luz, los pliegues de medio siglo. Ramiro, al entrar, oyó carreras furtivas bajo los muebles. Un taladro dejó de roer.

Un solo ciprés, harto anciano, erguía en aquel paraje su obscura aspiración; y, en el centro, una alberca reflejaba, con quietud hipnótica, la tristeza del árbol, el hilo de sahumerio, las nubes, las constelaciones, y, a veces, también: la luna; tan precisa, tan clara, que Aixa, quitándose de los cabellos su almadraba de gemas redondas, hundíala con sagrado gesto en el agua, y luego, como si creyera haber apresado aquella curva diadema que al menor contacto se desgranaba en infinitos fragmentos, llevábase la red a la boca y gemía de un modo apasionado, tembloroso, incomprensible, mientras sus empapadas sortijas relucían en la penumbra.

Su deseo era verse sola, que Isidro se alejase; y, sentada en el viejo silloncito que su amante ocupaba al escribir, permanecía inmóvil horas enteras, contemplando con fijeza hipnótica su vientre desmesurado, monstruoso, que subía y subía, tirando de las faldas, dejando al descubierto sus hinchados pies.

Los tres callaban, con el silencio admirativo y temeroso que la grandiosidad de la noche impone á los hombres. Sus ojos saltaban de estrella á estrella, agrupándolas en líneas ideales, formando triángulos ó cuadriláteros de fantástica irregularidad. A veces el fulgor parpadeante de un astro parecía enganchar al paso el rayo visual de sus miradas, manteniéndolas en hipnótica fijeza.

Y los tambores seguían redoblando detrás de la imagen, y las trompetas lanzaban su lamento, y todos cantaban a la vez, mezclando sus voces discordantes, sin que nadie se confundiese, comenzando y acabando cada uno su «saeta» sin tropiezo, como si todos fuesen sordos, como si el fervor religioso los aislase, sin otra vida exterior que la voz de temblona adoración y los ojos fijos en la imagen con una tenacidad hipnótica.

La presencia del Señor del Gran Poder provocaba un suspiro de centenares de pechos. ¡Pare Josú! murmuraban las viejas, fijos los ojos en la imagen con hipnótica inmovilidad . ¡Señó der Gran Poer! ¡Acuérdate de nosotros!

Buscó la sala A., donde, en medio de los cien lienzos colgados en la pared, se destacaba una figura, como una aparición fantástica, apoderándose de sus miradas y ejerciendo sobre ella como una especie de atracción hipnótica: Roussel, de un parecido inverosímil, fresco, sonrosado, con sus cabellos blancos, satisfecho, pacífico.

Presumo que el motivo es éste: en vez de agotarme en una defensa angustiosa y a toda costa contra lo que sentía, como deben de haber hecho todos, y aún los marineros sin darse cuenta, acepté sencillamente esa muerte hipnótica, como si estuviese anulado ya. Algo muy semejante ha pasado sin duda a los centinelas de aquella guardia célebre, que noche a noche se ahorcaban.