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Ca uno es quien es, y Juaniyo es un presonaje, y nesesita tratarse con gentes de poer. ¡Que esa señora fue al cortijo! ¿y qué?... Hay que orsequiar a las güenas amistades; así se pueen pedir favores y ayudar después a los de la familia. Na malo pasó: too calumnias. Estaba allí el Nacional, que es un hombre de carácter. Le conozco mucho. Y por primera vez en su vida alababa al banderillero.

La presencia del Señor del Gran Poder provocaba un suspiro de centenares de pechos. ¡Pare Josú! murmuraban las viejas, fijos los ojos en la imagen con hipnótica inmovilidad . ¡Señó der Gran Poer! ¡Acuérdate de nosotros!

En un momento tumbó toos los jamelgos, enviando por el aire a los piqueros. Los peones corrían; la plaza era un herraero. El público pedía más cabayos, y Coronel, en los medios, esperaba que se acercase alguien, pa yevárselo por delante. No se verá na como aquéyo, de nobleza y de poer. Bastaba que lo citasen pa que acudiese, entrando con una nobleza y un arranque que gorvía loco al público.

El dón mitológico parece nacer en él por lejano atavismo, y vese en su poesía un claro rayo del país del sol y azul en que nacieron sus antepasados. Renace en él el alma caballeresca de los Le Poer alabados en las crónicas de Generaldo Gambresio.

Yo creo que voy a morir... ¡Y no poer vengarme! ¡Irse del mundo aquel sinvergüensa, sin que yo le metiese una puñalá! ¡No poer resucitarlo pa volverle a matar!... ¡Cuántas veces se habrá burlao el ladrón, viéndome hecho un bobo, sin saber lo que ocurría!... En su tristeza de macho fuerte, lo que más le desesperaba era lo ridículo de su situación, al servir a aquel hombre.

Arnoldo Le Poer lanza en la Irlanda de 1327 este terrible insulto al caballero Mauricio de Desmond: «Sois un rimadorPor lo cual se empuñan las espadas y se traba una riña, que es el prólogo de guerra sangrienta.

¿Aónde vas , cabezota? gritó deteniendo a un pequeño que correteaba perseguido por otros . Fíjese, don Isidro, qué guapo: paece el niñico Jesús. Su madre es una italiana con ocho hijos, y anda malucha, tendida por los rincones, sin poer la probe ocuparse de ellos. ¡Si no fuese por !... ¡Ah, ladrón!

Otra vez volvió a olisquearlo, dando sonoros bufidos y hundiendo sus cuernos en la cavidad del vientre, mientras el público reía de esta tenacidad estúpida, de este rebusque de vida en el cuerpo inánime. ¡Duro ahí!... ¡Qué poer tienes, hijo!... ¡Sigue, que ahora güervo!