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Debilitado por las fatigas y las veladas, incapaz de dominar ya sus nervios, exasperados más aún por las palabras del señor Aubry, trastornado por el contacto de María Teresa que, desfallecida, se apoyaba sobre él, Juan, no pudo resistir. Rodeando a la joven con sus brazos, la estrechó, y con voz ardiente y apasionada, soltó al fin su secreto: ¡María Teresa, yo la amo!

A Clara, que estaba completamente desfallecida y con la cabeza debilitada, le parecía caerse á cada paso, y que el suelo se iba inclinando más cada vez, negándose á soportarla. Llegó á creer que nunca terminaba aquel descender precipitado, hasta que por fin sus pies pisaron en llano. Estaba en la calle de Segovia, y se le figuraba haber caído en un abismo.

Todo esto transfigurado por aquel ambiente de gabinete de amor iluminado por un inmenso fanal de nácar. Los crujidos secos de las ramas sonaban en el profundo silencio como besos; el murmullo del río le parecía a Rafael el eco lejano de una de esas conversaciones sostenidas con voz desfallecida, susurrando junto al oído palabras temblorosas de pasión.

Consagrado ahora al periodismo, es redactor del diario filipino "La Vanguardia". Adora a Rubén y Villaespesa. Romántica dalaga que lloras, dolorida, con tu alma de azucena, sin luz, desfallecida, en medio de la senda de la desolación. Del astro de tu angustia suprema a los reflejos, bardo de ensoñaciones, vengo a , de muy lejos, con la lira enlutada y triste el corazón.

Coloráronse súbitamente las mejillas de Margarita, y un súbito temblor acometió a Cervantes, que en los ojos de Margarita vio algo que, yendo más allá de lo humano, divino parecía, y que le atraía con una no conocida fuerza, y de tal manera, que el uno dio en los brazos del otro, y sus labios se unieron, y ella, desfallecida sobre el hombro de Cervantes, reclinó su hermosa cabeza, y suspirando le dijo: Mi esposo sois, que ya de ello con vuestros labios y con vuestro abrazo me habéis dado testimonio; y ved lo que hacéis, señor mío, de mi alma, que aquí de celos fallezco y de espanto me muero; que de vos doña Guiomar está enamorada, y duendes hay en esta casa, y yo no tengo como ella medalla de la Inquisición que de los duendes me defienda.

Taconeando como un húsar apareció la enviada en el dintel. Su larga falda, toda llena de barro, no estaba tan mustia como su cara. Todas la rodearon. ¿Qué hay? murmuraron los labios. ¡Qué no viene, que se vuelve desde Lucban! dijo con voz desfallecida la interrogada.

Comídose había con los ojos a doña Guiomar, mientras dijo las anteriores palabras, el señor Ginés de Sepúlveda, y comiéndosela aún, y atragantado por el hechizo de tantas y tan no vistas bellezas como en doña Guiomar se atesoraban, dijo con la voz temblorosa y desfallecida y espantado de mismo: Deber es del Santo Oficio de la General Inquisición, contra la herética pravedad, extremar su celo, y tanto más en los calamitosos tiempos en que las naciones más poderosas del mundo amparan la herejía, engañados y perdidos sus monarcas por Satanás; que la Alemania y la Inglaterra hierven en herejes, y aquí nos vemos obligados a hacer cada auto de fe que espanta, y sin que este saludable rigor sea bastante para purgarnos de la maldita simiente; así es que, señora, como esta casa que vos habéis comprado y habitáis tenía duende...

Supuso la vestal del fogón que la inapetencia era desprecio, y por salir de dudas, movida de santa indignación, entró al despacho. Estaba don Juan macilento, escuálido, sentado en un sillón y más sombrío que Bruto la víspera de Filipos. Recibiola sin sonrisas, sin gana de bromas, preguntando con voz desfallecida: ¿Qué te pasa, mujer? Eso pregunto yo. ¿Qué le pasa al señor? No tengo apetito.

Conque así, señora, cumplido ya lo de la reprensión y el advertimiento, que bien a mi pesar os he hecho, la medalla dadme, y con ella la licencia de que vuestras manos bese, y a cumplir la penitencia que se me ha impuesto vaya. Dijo todo esto el familiar con voz desfallecida y con ansias, y de tal manera, que para no perder algunas palabras, doña Guiomar tuvo que aguzar el oído.

Siempre hay una migaja para entretener el hambre. Ninguna sotana cae en medio de la calle desfallecida de necesidad, pero son muchos los clérigos que pasan la existencia engañando al estómago, figurándose que se nutren, hasta que llega una dolencia cualquiera que les saca del mundo... ¿Adonde va, pues, todo ese dinero?