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Tuvo buen cuidado de ocultarle el verdadero motivo y la astucia de dar a esta reserva todo el aspecto de un acto de prudencia. El duque, alucinado, tanto por el entusiasmo que María le inspiraba, como por los amaños de que ella supo valerse, supuso que su mujer habría dado motivo para aquella determinación, y se mostró aún más frío con ella. Capítulo XXIV

El caso, de común acuerdo, se ocultó o se disimuló para con el público. La fiebre amarilla hacía entonces muchas víctimas en Río. En la Tejuca no atacaba nunca aquella enfermedad, pero si alguien la traía a la Tejuca desde Río, la muerte era inevitable y rápida. Para el público se supuso que Arturito había muerto en la Tejuca de la fiebre amarilla.

Ocurriósele entonces la única idea que podía explicar de una manera plausible la conducta de su tutor, esto es, supuso que, como por considerar que su enlace con Magdalena, era ya asunto resuelto, no había hablado nunca de ello al doctor, éste podía haber creído que su pupilo, viniendo en su casa primero y frecuentándola después, abrigaba propósitos muy diferentes de los que al principio se había imaginado.

El Conde no fué a Biarritz a cumplir su promesa amistosa. Elisa, al principio, distraída con otros coqueteos, circundada de adoraciones y triunfante como nunca, no echó de menos la falta del Conde. Supuso que sus negocios duraban aún y le retenían en Madrid.

Había aportado a grandes y fértiles islas, y poco más allá casi daba por seguro que debían de estar Cipango y otros países visitados por Marco Polo. Se jactó también Colón de haber descubierto extensa costa al parecer de un gran continente, y supuso que aquello era el extremo oriental del Asia, y que más al Norte estaba el Catay, y la India más al Mediodía.

El diploma del gran Sultán de los osmanlíes, aunque fue exhibido, estaba escrito en vítela con letras de púrpura y oro y era una maravilla caligráfica, no sirvió absolutamente de nada. El pícaro corsario supuso que era falso a fin de no darle cumplimiento y se llevó a remolque el barco veneciano, transbordando a su galera y hasta a su camarote a donna Olimpia y a Teletusa.

En Paris no tienen absolutamente nada de extraño las cosas más extrañas. Pues la buena mujer de Batiñoles supo la suscricion á que me refiero, supuso que el poeta se hallaba en grandes conflictos, y repetia frecuentemente: ¡pobre señor Alfonso de Lamartine! ¡Qué apurado estará! Y hoy guardaba un franco, otro franco mañana, y así fué reuniendo hasta cuatro napoleones.

Parándose y encarándose con don Andrés, le dijo: ¡Cuán injustamente me acusa vuecencia de hipócrita y de falsa! ¿Qué había de hacer yo? La aprobación y el aplauso que vuecencia dice que me daba eran tan ocultos como inútiles; eran la carabina de Ambrosio. La reprobación general cayó sobre y sobre mi madre, y vuecencia no protestó ni volvió por nosotras. Se supuso que yo era una perdida.

Al primer golpe de vista comprendió que me había sucedido alguna desgracia. Supuso que había muerto Magdalena porque en su perfecta honradez de hombre y de marido, no concebía mayor desventura. Cuando le referí el verdadero accidente que me reducía a una de esas situaciones que no se confiesan nunca, me dijo: Desconozco esa clase de penas, pero le compadezco con toda el alma.

Además, juntamente con el imperioso mandato que la conciencia le imponía, sintió latir en su alma vacilaciones, engendradas por la sorpresa, sospechas pérfidas, pero lógicamente sugeridas por los celos. La que supuso un ángel era mujer, y nada más; no merecía que el corazón de un hombre la ensalzara, ni que él la adorase, aunque su indulgencia de sacerdote tratara de redimirla o disculparla.