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En seguida salió para pedir a la portera un vaso, uno solo; pues, sin haber leído a Béranger, sabía que los amantes deben beber en la misma copa: y tornando a encerrarse, encendió la chimenea, y paseo arriba, paseo abajo por el corredor, esperó.

El éxito más noble de Virginia Déjazet, el más personal, aquel que por solo hubiese bastado á perfumar, con un suave aroma de rosas viejas, toda su vida, se lo proporcionó «La Lisette de Béranger», canción de amor, canción sagrada, que todas las bocas jóvenes de París repetían de memoria.

La compuso Federico Bérat en honor del anciano y glorioso Béranger, y aquellas notas sencillas, prendidas en no qué inexplicable hechizo romántico, tuvieron la virtud peregrina de hacer latir todas las almas y de agarrarse á todos los oídos; y Lisette fué un «tipo» que de una generación á otra ha dejado un rastro de gracia liviana en las obrerillas sentimentales y alegres de la Ciudad-Sol.

Beranger, sintetisando los principales rasgos de su carácter moral y de su apostolado intelectual, ha colocado sobre su cabeza inspirada la auréola fulgurante de la poesía, imitando el conocido capítulo del libro de Lamennais que tiene por epígrafe: «¿Á dónde vás, jóven soldado? Voy á combatir por mi creencia

Acato la rica erudicion de un Thiers, de un Littré, de un Guizot; acato la vastísima ciencia del eminente Augusto Conte; acato la hechicera literatura de un Chateaubriand, de un De Lamartine, de un Balzac, de una Cotin, de un Víctor Hugo; acato y amo la poesía fácil, ingénua, encantadora del inspirado Beranger; acato el valeroso y fecundo arte, el pincel arrebatador del inmenso Horacio Vernet; acato con profunda veneracion á ese gran hombre, que ha dejado de ser pintor en el mundo para ser monarca de los espléndidos salones de Versalles; acato á ese Horacio Vernet, al humilde y modesto artista, que es más que Luis XIV en las régias salas de aquel opulento y maravilloso palacio; acato á esos genios de la Francia; no es mi ánimo negar que la Francia tenga sus genios; pero estúdiese aquí el organismo que el arte tiene; estúdiense con detencion y con cuidado sus manifestaciones generales, las manifestaciones del pueblo francés, y no podrá menos de llegarse á la conviccion más completa de la rigorosa exactitud de nuestros retratos.

Entre ellas sobresalen El Cementerio de Campaña de Grey, El Salmo de la Vida de Longfelow y El Apóstol de Beranger, que así por la celebridad universal de los testos, como por la manera magistral con que están manejados, jueces muy competentes estiman como los trabajos mas notables que encierra este libro.

Y Manzoni y Leopardi... ¿y todo lo que vale y todo lo que queda?... Hacía quince días que Béranger estaba preso, cuando un amigo que lo visitaba le preguntó cuántas canciones había hecho en ese tiempo: «Aun no he concluido la primera; ¿creéis que una canción se hace como un poema épicoLa prosa vulgar se traga como el pan común; pero una «crème fouettée», insípida... no.

Y ahora ocurre otra duda. ¿Cómo es que hay versos eróticos, harto libres y desenvueltos, que el moralista, aunque no sea muy rígido, sin apelación condena, que toda señora ó señorita bien criada no puede oir sin enojarse y ruborizarse, y que, sin embargo, nos gustan mucho á los profanos? Sírvanme de ejemplo no pocas canciones de Béranger. Yo presumo que esto consiste en el tono.

Federico II, á pesar de ser un mal versificador, rindió también culto á las musas, y sus composiciones poéticas, escritas en la víspera de sus grandes batallas, han sido recogidas por la historia y adoptadas por la literatura. Canning, el hábil Ministro que salvó la Inglaterra, fué un poeta. Beranger, otro representante del buen sentido universal, es uno de los primeros poetas del siglo.

No se lo digan ustedes a Lamennais, ni a Béranger, ni a Alfredo de Vigny, ni a Soulié, ni a Balzac, ni a Deschamps, ni a Sainte-Beuve, ni a Dumas. Me han dicho que cuente con uno de los primeros sillones que queden vacantes en la Academia a condición de que siga sin escribir absolutamente nada. Así que esté nombrado, recobraré mi libertad de acción y haré de mi capa un sayo.