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Pálido, inmóvil, escuchaba don Mariano aquel desborde de palabras, hasta que Laura, no pudiendo contener más la emoción, calló y dejó correr silenciosamente sus lágrimas... Era evidente que sufría, que sufría una verdadera tortura de femenina compasión, y hasta de arrepentimiento, pues que se acusara de tener ella un poco la culpa de lo que pasaba, por no haber intervenido a tiempo como debiera, siendo hermana mayor y mejor conocedora de la vida... Y en su actitud dramática, la ternura y la bondad nimbaban la figura de la joven con una resplandeciente aureola de belleza.

Independientemente de esta aureola vaporosa, el núcleo del astro se presenta acompañado la mayor parte de las veces por una prolongación cuya longitud varía de un cometa á otro y aun tratándose del mismo cometa: esta prolongación luminosa, este apéndice nebuloso es lo que se denomina cola del cometa.

Mi Cesarina, la que fue mi orgullo por su belleza encantadora, sepultada lejos de , detrás de ese horizonte de los Alpes, de donde veo continuamente surgir su recuerdo. Mi Susana, aquella santa que anticipadamente ostentó alrededor de su frente la santa aureola y que Dios me quitó para que yo pudiera ver en su recuerdo la imagen de un ángel de pureza. ¡Muertos los unos, ausentes los otros!...

Jamás se ha presentado en la escena una aparición de efecto tan portentoso, y este magnífico desenlace reviste á toda esa admirable tragedia de una aureola divina, como lo más sublime que ha producido jamás la poesía cristiana.

Si tenemos aún alguna guerra, es civil o colonial; guerras que podríamos llamar zompas, sin brillo y sin provecho, en las que mueren los hombres tan bien como en las Termopilas o en Austerlitz, pues sólo una vez se pierde la vida, pero sin el consuelo de la fama y de la admiración pública, sin la aureola de eso que llaman gloria. Han nacido ustedes demasiado tarde.

Se retiró la insinuante Mariquita y siguió Gabriel sus paseos por el claustro, después de apurar el jarrito de leche que todas las mañanas le subía su hermano. A las ocho salía don Luis, el maestro de capilla, siempre con el manteo terciado teatralmente y el sombrero de teja echado atrás como una aureola sobre su enorme cabeza.

Entre las nobles y dignas figuras que en el glorioso cuadro de la independencia se destacan majestuosamente durante la revolucion que dió la libertad á las antiguas colonias españolas de la América Central y de la América del Sud, la del esforzado caraqueño Simon Bolívar se encuentra en primera línea al lado de las de Miranda, San Martin y Sucre, orlada de inmortal auréola.

Mejor era contemplarla en clara noche de luna, resaltando en un cielo puro, rodeada de estrellas que parecían su aureola, doblándose en pliegues de luz y sombra, fantasma gigante que velaba por la ciudad pequeña y negruzca que dormía a sus pies.

No estés triste... ¡que nunca estás sola! ha bajado una estrella y ha llegado a tu lecho. ¿Conoces su aureola? mi amor hecho centella se refugia en tu pecho. No estés triste... Que también ha bajado un rayo de luna. ¡Yo estoy siempre contigo! mi tristeza a tu lado es siempre, ¡siempre! una caricia de un amigo.

Una corriente de entusiasmo parecía envolver a los tres visitantes. La fiebre de ganancia que les dominaba por las noches al hablar de negocios volvía a reaparecer. Ahora, Tónica ya no encontraba tan insignificante a don Ramón y hasta creía ver en él cierta aureola de hombre de genio. El papel de estraza que contenía las privaciones y esperanzas de las dos mujeres quedó sobre la mesa.