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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Más largo tiempo hubo de servir á D. Jerónimo Manrique, obispo de Ávila, y después inquisidor general, puesto que en sus últimos años pronuncia su nombre con la gratitud más ferviente: «Cuantas veces me toca al alma sangre Manrique, no puedo dejar de reconocer mis principios y estudios á su heróico nombre .» Montalván añade que el joven poeta compuso para este prelado diversas églogas, y el drama pastoril Jacinto, y que esta obra dramática es la primera escrita en tres actos; pero el mismo Lope atribuye esta minoración, que había de convertirse en ley, al poeta Virués, y antes de ahora hemos visto que Cervantes se alaba también de este mérito, no grande en verdad.
Reunido el cabildo en Sede vacante por muerte de su obispo D. Gerónimo Manrique y Aguayo, determinó en 4 de mayo de 93 que se restaurase la torre conforme al modelo y traza que el maestro mayor de las obras, Hernan Ruiz, nieto del otro del mismo nombre, le habia presentado; para lo cual se libraron de pronto mil y quinientos ducados del caudal de las Fábricas de las iglesias.
MANRIQUE. ¿Quieres que te lo diga? LEONOR. Sí, lo quiero. MANRIQUE. Ningún temor real; nada que pueda hacerte a ti infeliz ni entristecerte causa mi turbación... mi madre un día me contó cierta historia, triste, horrible, que no puedes saber, y desde entonces como un espectro me persigue eterna una imagen atroz... no lo creyeras, y a contártelo yo, te estremecieras. LEONOR. Pero...
AZUCENA. En este mismo sitio, donde está esa hoguera. MANRIQUE. ¡Gran Dios! AZUCENA. Yo la seguía de lejos, llorando mucho; como quien llora por una madre. Llevaba yo a mi hijo en los brazos, a ti; mi madre volvió tres veces la cabeza para mirarme bendecirme.
Corria el año 1521 cuando el obispo D. Alonso Manrique, llevado esclusivamente de su celo religioso, concibió el fatal proyecto de levantar en medio de la mezquita una capilla que pudiese rivalizar con las mejores de aquel siglo. Comunicólo al cabildo, halló desgraciadamente en él no solo proteccion, sino entusiasmo, y puso dos años despues, en 7 de setiembre, la primera piedra de la nueva obra.
Leonor, Jimena y el séquito salen de la iglesia y se dirigen a la puerta del claustro; pero al pasar al lado de Manrique, éste alza la visera, y Leonor, reconociéndole, cae desmayada a sus pies. GUZMÁN. Esta es la ocasión... valor. LEONOR. ¿Quién es aquél? JIMENA. ¡Qué veo! LEONOR. ¡Ah! ¡Manrique!... GUZMÁN, FERRANDO. ¡El trovador!
Brillaban en ella, al lado del marqués de Villena, ya citado, el marqués de Santillana, Juan de Mena, Gómez Manrique y otros muchos caballeros y señores, cuyas obras se reunieron en el Cancionero de Baena, y pasaron luego en parte al Cancionero general.
MANRIQUE. Sí; yo no debía engañarte por más tiempo... Vete, vete; soy un hombre despreciable. LEONOR. Nunca para mí. MANRIQUE. Eres noble, y yo, ¿quién soy? Ya lo sabes. Vete a encerrar con tu orgullo bajo el techo de tus padres. LEONOR. ¡Con mi orgullo! Tú te gozas, cruel, en atormentarme. Ten piedad... MANRIQUE. Pero soy libre y fuerte para vengarme... Y me vengaré... ¿Lo dudas?
Yo no puedo mirarla sin que se me despegue la carne de los huesos, y no puedo apartarla de mí, porque el frío de la noche hiela todo mi cuerpo. MANRIQUE. Pero, ¿por qué os habéis querido fijar en este sitio? AZUCENA. Porque este sitio tiene para mí recuerdos muy profundos... desde aquí se descubren los muros de Zaragoza... éste era, éste, el sitio donde murió. MANRIQUE. ¿Quién, madre mía?
No tardó mucho el rey de Castilla y emperador D. Alfonso VIII en lavar esta afrenta. Las guerras contínuas entre los almoravides y los almohades en Africa ponian frecuentemente á los muslimes de Andalucía á merced de los cristianos. Alí habia muerto desastradamente: era rey de Africa y Andalucía su hijo Taxfin, el cual, no pudiendo guarnecer con tropas africanas sus dominios de España, los tenia entregados á la buena fé y lealtad de su virey y gobernador Ben Ganiyah. Pero este, que vivia mas como soberano que como gobernador, habia hecho numerosos descontentos. Al mismo tiempo un ambicioso vecino de Córdoba, muy rico y poderoso, llamado Ben Handí, que gozaba entre los mahometanos la opinion de santo, habia ido poco á poco insurreccionando la plebe, hasta ser por ella aclamado rey. Noticioso Ben Ganiyah del levantamiento, se presentó á las puertas de la ciudad con escogidas tropas y fué admitido sin resistencia, teniendo el usurpador que desampararla para salvar la vida. De Córdoba pasó Ben Ganiyah á sitiar á Andújar, persiguiendo á Ben Handí que se habia refugiado en ella con sus parciales; y estos para conjurar la venganza del ofendido virey y distraer su atencion, llamaron en su auxilio al emperador D. Alonso, que con gran celeridad asentó sus reales sobre la capital. Abandonó Ben Ganiyah la venganza y acudió al peligro; pero reconociendo la superioridad del castellano, le entregó la ciudad el dia 18 de mayo de 1146. Dia de grande abominacion fué este para los sectarios del Islam: los historiadores árabes lo recuerdan con dolorosa execracion, y refieren con escándalo que los cristianos penetraron en la mezquita Aljama, ataron sus corceles á las columnas del Maksurah y profanaron con sus manos impías el sagrado Koran que se custodiaba en su Mihrab . Purificó este suntuoso templo el arzobispo de Toledo D. Raimundo, y dedicándolo á Dios, celebró en él de pontifical. Desgraciadamente no podia el emperador conservar á Córdoba ni dejar gente para guarnecerla, y así habiéndole Ben Ganiyah prestado juramento sobre el Koran de ser su fiel vasallo, y de mantener la ciudad en su nombre, se la dejó confiada. No bien se alejaron de sus muros las huestes cristianas, quebrantó su juramento el infiel musulman, y no se contentó con esto, sino que ademas atrayendo á Andalucía con falaces promesas á varios caballeros castellanos que mandó el emperador á posesionarse de Jaen, los aprisionó luego que entraron en la ciudad . Irritado Alfonso con tan infame traicion, dispuso ir sobre Córdoba con ejército muy poderoso. Cabalmente acababa de apoderarse de Almería, habiendo reunido para esta empresa tan numerosas huestes, suyas y de otros príncipes aliados, que la muchedumbre de los ginetes y peones cubria las montañas y la campiña, el agua de los rios y fuentes no era bastante á apagar la sed de todos sus caballos, ni las yerbas de aquella comarca suficientes para darles pasto . El rey Rogerio de Sicilia, que era uno de los aliados, se habia en verdad despedido de él, despues de espugnada Almería, para ir á campear por su propia cuenta en Africa; tambien el conde de Barcelona y el duque de Montpellier, y los genoveses y pisanos, que le habian auxiliado por mar con sus numerosas y bien armadas naves, se habian ya dispersado. Nada por otra parte habrian podido favorecerle ahora estas fuerzas de mar por el Guadalquivir, siendo ya Sevilla conquista de los almohades. Pero sin contar los ejércitos del rey D. García de Navarra y del conde de Urgél, podia disponer D. Alfonso de las mesnadas de sus condes y ricos-hombres: allí tenia á D. Fernando Joanes con las tropas de Galicia, á D. Ramiro Florez Frolaz con las de Leon, á D. Pedro Alfonsez con las de Asturias, al conde Ponce y á D. Fernando Ibañez con las de Estremadura alta y baja, á D. Martin Fernandez con las de Ita y Guadalajara, á D. Gutier Fernandez de Castro y D. Manrique de Lara con las de Castilla la Vieja, y á D. Alvar Rodriguez con las de la Nueva y Toledo. No se descuidó Ben Ganyah en prevenirse: reconociendo que le faltaban fuerzas para contrarestar la acometida de Alfonso, trató solo de aumentarlas, é imitando el ejemplo del rey Al-Mu'tamed, que por esquivar el yugo de D. Alfonso el Conquistador de Toledo se habia entregado al de los almoravides, prefiriendo apacentar camellos en el Desierto á guardar puercos en Castilla , para librarse de las manos del emperador llamó en su socorro á los almohades. Atento solo á la necesidad de rechazar á los altivos cristianos que se disponian á sitiarle, envió un mensage á Berraz Ibn Mohammed, general de Abde-l-mumen, emperador de los almohades, que el año anterior habia vencido á Taxfin y estinguido el poder de los almoravides en Africa; y en este mensage solicitó de él una entrevista. Abocáronse los dos generales en
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