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LEONOR. Si necesitas mi sangre, aquí la tienes. MANRIQUE. ¡Leonor! ¡Qué desgraciada en amarme has sido! ¿Por qué, infeliz, mis amores escuchaste? ¿Y no me aborreces? LEONOR. No. MANRIQUE. ¿Sabes que presa mi madre espera tal vez la muerte? ¡Venganza infame y cobarde! ¿qué espero yo...? LEONOR. Ven... No vayas... Mira, el corazón me late, y fatídico me anuncia tu muerte. MANRIQUE. ¡Llanto cobarde!

Este fué sin duda el pensamiento que animó al digno obispo D. Alonso Manrique al proponer al cabildo la construccion de un nuevo coro con su capilla mayor y crucero en el centro mismo de la mezquita.

Lo creo, porque creerte deseo para amarte y existir. Porque me fuera la muerte más grata que tu desdén. LEONOR. ¡Trovador! MANRIQUE. No más; ya es bien que parta. LEONOR. ¿No vuelvo a verte? MANRIQUE. Hoy no, más tarde será. LEONOR. ¿Tan pronto te marchas? MANRIQUE. Hoy; ya se sabe que aquí estoy; buscándome están quizá. LEONOR. , vete.

LEONOR. ¿Por qué temblando tu mano está? ¿Qué sientes? MANRIQUE. Nada, nada. LEONOR. En vano me lo ocultas. MANRIQUE. Nada siento. Estoy bueno... ¿Qué dices? ¿Que temblaba mi mano?... No... ilusión... nunca he temblado. ¿Ves cómo estoy tranquilo? LEONOR. De otra suerte me mirabas ayer... tu calma fría es la horrorosa calma de la muerte. ¿Pero qué causa, dime, tus pesares?

MANRIQUE. Muy pronto fiel me verás, Leonor, mi gloria, cuando el cielo victoria a las armas del de Urgel. Retírate... viene alguno. LEONOR. ¡Es el Conde! MANRIQUE. Vete. LEONOR. ¡Cielos! MANRIQUE. Mal os curasteis mis celos... ¿Qué busca aquí este importuno? MANRIQUE y DON NU

Si supiera que aún existo para adorarla... No, no... Ya olvidarte debo yo, esposa de Jesucristo... RUIZ. ¿Qué hacéis? Callad... MANRIQUE. Loco estoy... ¿Y cómo no estarlo ¡ay cielo! si, infelice, mi consuelo pierdo y mis delicias hoy? No los perderé; Ruiz, déjame. RUIZ. ¿Qué vais a hacer? MANRIQUE. Pudiérala acaso ver... con esto fuera feliz. RUIZ. Aquí el locutorio está. MANRIQUE. Vete.

MANRIQUE. ¡Esto aguardaba yo! ¡Cuando creía que más que nunca enamorada y tierna me esperabas ansiosa, así te encuentro, sorda a mi ruego y a mis halagos fría! ¿Y tiemblas, di, de abandonar las aras donde tu puro afecto y tu hermosura sacrificaste a Dios...? ¡Pues qué! ... ¿No fueras antes conmigo que con Dios perjura? ; en una noche... LEONOR. ¡Por piedad! MANRIQUE. ¿Te acuerdas?

MANRIQUE. Ahora te conozco, ahora te quiero más. LEONOR. Si partes, iré contigo; la muerte a tu lado ha de encontrarme. MANRIQUE. Venir ... no; en el castillo queda custodia bastante para ti... ¿Escuchas? Adiós. El clarín llama al combate. LEONOR. Un momento... MANRIQUE. Ya no puedo detenerme ni un instante.

Su Señoría don Jerónimo Manrique de Lara ofertaba el incienso con sus manos huesosas y pálidas. El humazo litúrgico llenó en un instante, cual milagrosa nube, todo el presbiterio, envolviendo al preste y a los diáconos, amortiguando los oros, y cubriendo con asoleado velo de perfume las pinturas del retablo.

Ilusiones engañosas, livianas como el placer, no aumentéis mi padecer... ¡Sois por mi mal tan hermosas! Camina orillas del Ebro caballero lidiador, puesta en la cuja la lanza que mil contrarios venció. Despierta, Leonor, Leonor. Buscando viene anhelante a la prenda de su amor, a su pesar consagrada en los altares de Dios. Despierta, Leonor, Leonor. MANRIQUE. ¡Leonor! LEONOR. ¡Gran Dios!