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El hotel Weber, cuyo nombre es una poética reminiscencia de las obras de uno de los mas simpáticos artistas alemanes, tiene una situacion muy feliz para el viajero que desea admirar ese magnífico rasgo de la poesía suprema de la naturaleza.

Weber, que era un muchacho muy travieso, publicó a los doce sus seis primeras fugas, y a los catorce compuso su ópera Las Ninfas del Bosque: la famosísima del Cazador la compuso a los treinta y seis.

Juno tocó diez veces seguidas el último pensamiento de Weber u otro aburrimiento por el estilo, indicio en ella de gran preocupación, mientras que mi tío nos observaba de un modo perspicaz y burlón. El señor de Kerveloch vino a almorzar al Pavol al siguiente día; tres después pedía la mano de Blanca, y apenas habían pasado dos semanas de esto, cuando yo escribía al cura.

Después que leas, tocaré la serenata de Carl de Weber dijo Stein, que sólo a favor de esta recompensa podía obligar a María a aprender lo que quería enseñarle. María tomó con mal gesto el papel que le presentaba Stein, y leyó corrientemente, aunque de mala gana: AL RETIRO

Déjese usted de versos, don Federico, y tóqueme usted el Nocturno de Weber cuyas palabras son: «¡Escucha, escucha, amada mía! ¡Se oye el canto del ruiseñor; en cada rama, florece una flor; antes que aquel calle y estas se ajen, escucha, escucha, amada mía!» ¡Los terminachos que ha aprendido esa Gaviota! murmuraba Momo , y que le sientan como confites a un ajo molinero.

»Yo miraba al padre de Magdalena, y asustado de oír aquellas ideas que me parecían hijas del delirio, buscaba en sus ojos una respuesta a mis dudas y a mis inquietudes; pero él, con un ademán procuró tranquilizarme, y poco después abandonó el aposento. »Entonces Magdalena se inclinó hacia y dijome al oído: » Amaury, ¿quieres tocar aquel vals de Weber que bailamos juntos?

Cuando Amaury pasó junto al doctor, éste le dijo en voz baja: ¡Ten prudencia! Pierda usted cuidado repuso Leoville; daremos muy pocas vueltas. Y se lanzaron en medio del torbellino, perdiéndose muy pronto entre las otras parejas. Bailaban un vals de Weber cuyo compás, que al principio era lento y moderado, se animaba gradualmente hasta el final, en que terminaba de un modo vertiginoso.

Así transcurrió un cuarto de hora, al cabo del cual la labradora prosiguió: Han atravesado las líneas enemigas... Corren hacia Lutzelburgo... Los veo... Gaspar y Divès van delante con Desmarets, Ulrich, Weber y los amigos de la ciudad... ¡Ya llegan, ya llegan!... Y calló nuevamente; durante largo tiempo los guerrilleros permanecieron escuchando; pero la visión había pasado.

» ¡Vamos! ¡Pronto! ¡Pronto, Amaury! exclamó ésta, acto continuo. Ve a tocar el vals de Weber. Esta idea me obsesiona y no puedo desterrarla de mi mente: toda la noche he estado oyendo ese vals. » Pero, ¡si no puedes acompañarme al salón, Magdalena! » Demasiado lo , pues, por desgracia, casi no puedo tenerme en pie; pero dejarás todas las puertas abiertas y así podré oírte bien.

»¿Tendrá razón su padre al decir que las emociones más perjudiciales son las que más apetece? »Al despedirme por la noche me hizo prometer de nuevo que al otro día la complacería tocando el famoso vals de Weber. »Ha pasado bien la noche última, durmiendo con un sueño más tranquilo y reparador que el de costumbre.