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Me sería imposible hacer una descripcion siquiera sucinta de todos los primores del «Castillo» de Heidelberg, á ménos de escribir muchas páginas que fastidiarían al lector. Aquella ruina extraordinaria no es digna de estudio, en sus pormenores, sino para el artista consumado y el arquéologo.

Desde las plataformas de aquel edificio mixto y despedazado, el viajero contempla un espectáculo maravilloso, digno del pincel del artista y de la admiracion del poeta, como del estudio del historiador y el arqueólogo.

Al subir la grande escalera que conduce al primer piso, la impresion que se experimenta tiene al mismo tiempo mucho de profundo y vago: profundo, porque uno se siente embelesado, lleno de una especie de asombro delicioso, de admiracion infinita hácia tantas maravillas; y vago, porque no se sabe qué admirar mas, si los tesoros inagotables de la naturaleza, ó los prodigios realizados por el hombre, como sabio, ingeniero, artista, viajero, arqueólogo, historiador, etc.

Pero fuera de esta y alguna otra excepción muy señalada, las tablas que nos quedan del siglo XV, interesantísimas para el estudio del arqueólogo, y no bien clasificadas aún, dicen poco al puro sentimiento estético, y los nombres de sus obscuros autores Fernando Gallegos, Juan Sánchez de Castro, Juan Núñez, Antonio del Rincón, Pedro de Aponte, no despiertan eco ninguno de gloria.

Siguen al sur de la mencionada sierra Montilla, Aguilar, Cabra y Lucena, que con la Rambla, Montalvan, Santaella, Monturque, Puente Don Gonzalo, Castillo-anzur, Benamejí, Priego y Carcabuey, completan el cuadro de los grandes recuerdos históricos de la provincia. Si Montilla es la antigua Ulia, ó bien el Monte de Ulia (Mons Uliæ), ó como otros pretenden aquella Munda (Munda illa) tan famosa por haber ganado en su campo Julio César contra los hijos de Pompeyo el imperio del mundo, es cuestion que dejaremos ventilar á los mas peritos en corografía romana. De todas maneras la orla de la toga pretexta le asoma por debajo de su paludamento cristiano en los notables vestigios de baños romanos que ofrecen al arqueólogo las fuentes del Álamo y de la Higuera de Belen, y la llamada Canteruela de Sta. María. Tiéndese esta ciudad como perezosa bajo la influencia del sol de Andalucía, sobre dos elevadas colinas, desde donde registra un vistosísimo horizonte todo ceñido de sierras, pues del norte al sur por la parte de levante la contemplan Sierra-Morena, las sierras de Jaen, de Martos, de Alcaudete, de Doña Mencía, de Priego, de Rute, de Loja, de Lucena, de Cabra y de Archidona; y del sur al norte por el lado de poniente la recrean con sus azulados festones la peña de los enamorados, las alturas de Colmenar, de Antequera, Teba, Estepa, Osuna, Medina-sidonia,

El ingeniero que me acompaña tiene una frenética aficion á todas las cosas de la antigüedad; es un arqueólogo furibundo, y estoy cierto que si bajo con él al Panteon, me obligará á meter la cabeza por todo nicho, sepultura, grieta, rendija, escondrijo y recobeco que vaya encontrando.

Esa, fue a la catedral con Obdulia, las acompañó el arqueólogo, y en la capilla de las reliquias, en los sótanos, en la bóveda, en todas partes creo que se daban unos... apretones.... La Infanzón se lo contó a mamá que se moría de risa; la lugareña estaba furiosa.... Hoy mi madre, para divertirse ya sabes lo que a la pobre le gustan estas cosas quería ver a Obdulia y a don Saturno juntos, en casa, a ver qué cara ponían, aludiendo mamá a lo de ayer.

Pero este estudio es hoy imposible: dia llegará, al menos lo esperamos, en que cundiendo el amor á las investigaciones relativas á la historia del arte nacional, la discreta y prudente mano del arqueólogo pueda hacerse cargo de las mutilaciones y renovaciones, sondear las gruesas capas de cal que ahora revisten por dentro y fuera esos antiguos templos, y descubrir la verdadera forma de los miembros arquitectónicos hoy dislocados, ó enmascarados con obras que no ofrecen carácter alguno apreciable.

Cualquier cosa que sea arbitraria y extravagante. Lleva en el alma un viento de locura y de aventuras este pintoresco enfermo de lo maravilloso. Sindulfo, arqueólogo y cazador de alimañas HA venido a verme el señor Sindulfo del Arco, arqueólogo y cazador de jirafas. Como comprenderéis es un personaje inquietador.

La dehesa de Córdoba la vieja, que á los ojos del vulgo no es mas que un llano descampado con leves sinuosidades hácia la parte de la Sierra en cuya falda apoya, y donde sobre la viciosa vegetacion espontánea propia de aquel delicioso clima descuellan de trecho en trecho algunas encinas é higueras silvestres, se descubre inmediatamente á los ojos del observador atento como vasta ruina de alguna construccion importante, y á los del arqueólogo como precioso depósito de una de las páginas mas interesantes del libro monumental: página lastimosamente despedazada, mas no del todo perdida.