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Mas ¡ay! llegaréis, flores, conservaréis, quizás, vuestros colores; pero lejos del patrio, heroico suelo, a quién debeis la vida perderéis los olores; que aroma es alma, y no abandona el cielo cuya luz viera en su nacer, ni olvida. Heidelberg, Abril 1896.

Durante la guerra atroz de sucesion que hizo Luis XIV al margraviato, por medio del brutal Louvois, de 1688 á 1693, fué destruido ó arruinado casi completamente el Castillo de Heidelberg, como tantos otros de las cercanías del Rin. El cañon implacable del ambicioso rey aniquiló lo que el cincel del artista habia trabajado laboriosamente durante dos siglos y medio.

Es que la guerra, careciendo de moralidad y de espíritu creador es el peor enemigo de la civilizacion. Mannheim y el Rin. El gran ducado de Darmstad; su gobierno y sus condiciones generales. La ciudad capital. Una familia típica. Despues de visitar á Heidelberg continuamos nuestra excursion directamente hácia Darmstad.

Por último, en las ciudades principales están concentradas la fabricacion y las mas nobles manifestaciones del arte y de la inteligencia, como se ve en Heidelberg, ciudad tan célebre por su Universidad como interesante por sus monumentos ú objetos materiales.

Son notables tambien las excelentes bibliotecas del gran-ducado, establecidas en Freiburgo, Heidelberg, Carlsruhe, Mannheim y Donaueschingen, que contienen un total de cerca de 600,000 volúmenes, con numerosos manuscritos de gran valor.

Célebre por su Universidad como por las ruinas de su admirable Castillo, Heidelberg seduce al viajero por su aspecto singularmente pintoresco, por las costumbres de su poblacion universitaria y por la hermosura de los sitios casi salvajes de sus cercanías.

Carlsruhe. Las ciudades nuevas de Alemania. Heidelberg; su Universidad y sus curiosidades. Los estudiantes de Alemania. Las ruinas del Castillo.

Por demas está decir que esa soberbia construccion fué destruida por los Franceses, en el siglo XVII, durante la guerra del Palatinado, lo mismo que el admirable Castillo de Heidelberg y otros muy notables. Al llegar al sitio donde se hallan las ruinas nos apresuramos á subir hasta las roas elevadas murallas, ennegrecidas por el tiempo, que permanecen en pié.

He roto con todo y he venido a refugiarme en Heidelberg, para escrutar aquí mi espíritu y juzgar en la soledad y el silencio la metamorfosis que en se ha efectuado durante estos seis meses. ¿Se habrán agotado mis lágrimas a fuerza de llorar y se habrá cerrado mi herida por no tener ya sangre que verter? ¿Sería posible que yo llegase a curar? ¡Oh! ¡Mísera humanidad! ¿Tan flacos somos que nada, ni siquiera el dolor, perdura en nosotros?

Algo así pensaban los habitantes de la ciudad de Heidelberg cuando el gran Emmanuel Kant cruzaba de paseo con su paraguas bajo el brazo. Y si le hallasen sentado en un banco frente al Estanque grande, inmóvil, con la mirada fija, tal vez imaginaran que aquel hombre no pensaba en nada. Y así era, en efecto.