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Pasó bien media hora antes de que el embozado saliese, y cuando Cervantes le hubo visto, metiose por una callejuela inmediata, volviose al figón, y púsose delante de la tía Zarandaja, que se turbó, y por encubrir su turbación le dijo: Bien se os conoce que sois honrado, y que tenéis conciencia, y que no habéis querido dejar de pagarme la buena taza de caldo con vino trasañejo de Montilla, que se tomó aquella desventurada doncella con quien primero vinisteis.

Ni carece tampoco, en la estación oportuna, de cerezas garrafales de Carcabuey, de peras de Priego, de melones de Montalvan, de melocotones de Alcaudete, de higos de Montilla, de naranjas de Palma del Río, y aun de aquellas únicas ciruelas, que se dan sólo en las laderas del castillo de Cabra; ciruelas, dulces como la miel, que huelen mejor que las rosas.

Otro de los poetas judíos famosos en aquel siglo fué Daniel Leví de Barrios, nacido en Montilla, hijo de un converso llamado Simon, i capitan del rei de Portugal duque de Braganza. Su nombre mientras vivió como cristiano fué don Miguel de Barrios.

Has de saber, hijo, que en esta villa vivió la más famosa hechicera que hubo en el mundo, a quien llamaron la Camacha de Montilla; tuvo fama que convertía los hombres en animales, lo que yo nunca he podido alcanzar cómo se haga. Sea lo que fuere, lo que me pesa es que yo ni tu madre, que fuimos discípulas de la buena Camacha, nunca llegamos a saber tanto como ella.

Una vez libre de cruzar las aguas del lago, en las cuales llegó á enseñorearse, á fines de Junio, y mientras el general Francisco Estéban Gomez, por enfermedad de Montilla, se dirigia contra Maracaibo, Morales reforzaba su escuadrilla con dos goletas que el capitan Laborde traia de Curazao.

Dábase trato de príncipe en la comida, y durante toda ella no tenían un momento de sosiego los vasos, llenos con la mejor sangre de las cepas de Montilla, Jerez y Sanlúcar. Durante la comida no hablamos más que de la guerra, y después, cuando los generosos vinos de Andalucía hicieron su efecto en la insigne cabeza del <i>mister</i>, se empeñó en darme algunas lecciones de esgrima.

Nuño tardó algo más en volver, pues tuvo antes que llevar un mensaje a Montilla, cumpliendo las órdenes de su señora y el último de sus encargos, en relación y enlace con personas y cosas de esta vida mortal, del siglo y de la tierra que nos sustenta.

Dentro de la tienda un mostrador de cinc, toneles y botellas, mesas redondas con taburetes de madera, y en los muros numerosas estampas de colores representando toreros célebres y los lances más salientes de la lidia. Tomaremos unos «chatos» de Montilla dijo el Pescadero llamando a un joven que estaba tras el mostrador y sonreía al ver a Gallardo.

Las muchachas, los brazos en alto, golpeaban el mármol con sus menudos pies, arremolinándose las faldas y el pañolón en torno de su cuerpo gentil, movido por el ritmo de las «sevillanas». Destapábanse a docenas las botellas de ricos vinos andaluces; circulaban de mano en mano las cañas de ardiente Jerez, de bravío Montilla y de manzanilla de Sanlúcar, pálida y perfumada.

Algo que sea bueno y confortativo, buena madre, dijo Cervantes entrándose por el bodegón, habéis de darme para esta pobre joven, que harto doliente se encuentra; y sea esto pronto, y empiece por una buena taza de caldo que tenga por mitad del generoso trasañejo de Montilla.