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Una mirada severa del toro bastó para hacerle brincar la barrera sin poner el pie en el estribo. La corrida fue rica en incidentes. Caídas, choques, atropellos, saltos mayores que el de Alvarado, de todo hubo, hasta cogidas, lo cual, en verdad que parecía imposible.

Por otra parte, los pícaros que habían entrado con don Baltasar de Peralta en la casa habían dado más luz, porque habían declarado que don Baltasar de Peralta los había buscado por medio del rapista Viváis-mil-años, y les había dado dinero para que le ayudasen a robar a doña Guiomar de Meneses y Alvarado, y que por la tapia del corral de la casa del rapista, que al huerto de doña Guiomar daba, habíanse entrado.

Pedro de Alvarado tenía que luchar contra los conjuros de una india gorda, temible hechicera igual a las encantadoras de los poemas antiguos. En un combate mataba de una lanzada a un águila verde que pretendía sacarle los ojos, y al caer, el ave de presa tomaba la forma de un indio muerto.

Si estotro dice que sabe Tropelías, ¿en qué cabe Que entiendas bellaquerías Y que lo entiendas por ti? Y el haberle desmentido, A Espinosa no ha ofendido, Pues él lo dijo por ; Y si ofensa no se ve Ni Alvarado desmintió, El sombrero que tiró De ningún efecto fué; Y cualquier soldado sabio, Que en agravio, si le hubiera, Las espadas juntas viera, Dirá que cesó el agravio.

Muy bien, señor; ¿y si la señora duquesa?... á Alvarado, mi secretario, que la diga que no he podido despedirme de ella porque he partido en posta con un encargo secreto del rey para la corte de Francia. Adiós. Que vuecencia lleve buen viaje. Poco después salió Esperanza cubierta con la capa del duque, y asida á su brazo entró en el coche.

Pasaba así los días tranquilo y contento, sin que nada le conturbase el alma, nuestro mozo, hasta que una mañana entre dos luces, volviendo con otros amigos de inquietar el sueño a un canónigo, no por él, sino por una muy hermosa sobrina suya, a la que habían dado música, Cervantes, que solo hacia su posada se iba, que estaba junto al postigo del Carbón, entre este y el del Aceite, en una mala calleja y con vecindad no muy limpia, al llegar a la puerta del patio de los Naranjos de la Catedral, que al pie de la Giralda aparece, topose con una rica silla de manos que conducían lacayos y resguardaban criados, y que no era otra que aquella en que iba nuestra doña Guiomar de Céspedes y Alvarado, la llamada la hermosa indiana, no embargante fuese hija de Sevilla.

PÁEZ. Pasa ansí... Y remítome a Cabrera, Que estaba delante. NARV. Acaba. PÁEZ. Jugando Alvarado estaba, Y Espinosa desde afuera; Y en una suerte dudosa, Sin pedirla o ser tercero A pagar de su dinero, Juzgó la suerte Espinosa. Alvarado respondió: ¿Quién le mete en esto? Y luego Replicó Espinosa: El juego; Que veo juego y tercio yo. Mejor fuera que callara Dijo Alvarado más recio.

Una hora después el coche del general Alvarado estaba a la puerta de su casa cargado con su equipaje y el general Villafañe, que debía acompañarlo a San Juan, donde a su llegada le entregó 100 onzas de oro de parte del general, suplicándole que no se negase a admitirlas. Como se ve, el alma de Facundo no estaba del todo cerrada a las nobles inspiraciones.

Dos Relaciones hechas al mismo Hernan Cortès, por Pedro de Alvarado, refiriendole sus Expediciones, y Conquistas en varias Provincias de aquel Reyno. Otra Relacion hecha al mismo Hernan Cortès, por Diego de Godoy, que trata del descubrimiento de diversas Ciudades, y Provincias, y guerras que tuvo con los Indios.

Un reo de más alto carácter se presenta: el general Alvarado ha sido aprehendido y Facundo lo hace traer a su presencia. Siéntese, general le dice; ¿en cuántos días podrá entregarme 6.000 pesos por su vida? En ninguno, señor; no tengo dinero. ¡Eh!, pero tiene usted amigos que no lo dejarán fusilar.