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La muerte de Villafañe ocurrió en territorio chileno. Su matador sufrió ya la pena del talión: ojo por ojo, diente por diente. La justicia humana ha quedado satisfecha; pero el carácter del protagonista de aquel sangriento drama hace demasiado a mi asunto para que me prive del placer de introducirlo.

ENEMIGOS DE LA LIBERTAD NACIONAL: Sabed que desde el 23 de mayo del presente año, en que tuve pleno conocimiento de que vuestros partidarios cometieron el más horrendo, alevoso y negro crimen de asesinar al benemérito general don José Benito Villafañe, desenvainé mi espada contra vosotros, protesté que la justicia ocuparía el lugar de la misericordia, convencido que los delitos tolerados mil veces han sacrificado más víctimas que los suplicios ejecutados a su tiempo.

Era especialmente notable mi rica colección de plata labrada; componíase de varias docenas de candeleros, grandes y pequeños, atriles, vasos y macetones ornamentales; no pocos blandones; algunos cálices y copones; y una custodia que me complacía yo en atribuir a Juan de Arfe y Villafañe.

La historia de la Severa Villafañe es un romance lastimero, es un cuento de hadas en que la más hermosa princesa de sus tiempos anda errante y fugitiva, disfrazada de pastora unas veces, mendigando un asilo y un pedazo de pan otras, para escapar a las asechanzas de algún gigante espantoso, de algún sanguinario Barba Azul.

Con estas disposiciones de espíritu pasó el mayor Navarro a Chile, y se alojó en Guanda, que está situado en la boca de la quebrada que conduce a la Cordillera. Allí supo que Villafañe volvía a reunirse a Facundo, y anunció públicamente su propósito de matarlo.

Pertenece a las primeras familias de La Rioja; el general Villafañe es su tío; tiene hermanos que presencian estos ultrajes; hay un cura que la cierra la puerta cuando viene a esconder su virtud detrás del santuario. La Severa huye al fin a Catamarca y se encierra en un beaterio.

A la noche, Navarro requiere sus armas y una comitiva de nueve hombres que le acompañan, y que deja en lugar conveniente cerca de la casa de Tilo, avanzando él solo a la claridad de la luna. Cuando hubo penetrado en el patio abierto de la casa, grita a Villafañe, que dormía con los suyos en el corredor. «¡Villafañe, levántate!

Facundo esta vez había combinado algo que tenía visos de plan de campaña. Inteligencias establecidas en la Sierra de Córdoba habían sublevado la población pastora; el general Villafañe se acercaba por el Norte con una división de Catamarca, mientras que Facundo caía por el Sur. Poco esfuerzo de penetración costó al hábil Paz para penetrar los designios de Quiroga y dejarlos burlados.

Facundo, después de vengar tan cruelmente a su general Villafañe, marchó a San Juan a preparar la expedición sobre Tucumán, adonde el ejército de Córdoba se había retirado después de la pérdida del general, lo que hacía imposible todo propósito invasor. A su llegada, todos los ciudadanos federales, como en 1827, salieron a su encuentro; pero Facundo no gustaba de las recepciones.

Los emigrados que sabían lo que las palabras importaban en boca del mayor Navarro, después de procurar en vano disuadirlo, se alejaron del lugar de la escena. Advertido Villafañe, pidió auxilio a la autoridad, que le dió unos milicianos, los cuales le abandonaron desde que se informaron de lo que se trataba. Pero Villafañe iba perfectamente armado y traía además seis riojanos.