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Basilio entonces ya sabía el castellano, y supo contestar con el intento manifiesto de no hacer reir á nadie. Aquello disgustó á todos, el disparate que se esperaba no vino, nadie pudo reir y el buen fraile jamás le perdonó el haber defraudado las esperanzas de toda la clase y desmentido sus profecías.

Si estotro dice que sabe Tropelías, ¿en qué cabe Que entiendas bellaquerías Y que lo entiendas por ti? Y el haberle desmentido, A Espinosa no ha ofendido, Pues él lo dijo por ; Y si ofensa no se ve Ni Alvarado desmintió, El sombrero que tiró De ningún efecto fué; Y cualquier soldado sabio, Que en agravio, si le hubiera, Las espadas juntas viera, Dirá que cesó el agravio.

¡Hable usted, pues! exclamó . ¡Me tiene usted en ascuas! Antes de pasar adelante, señor duque, debo recordarle que desde hace tres años soy el mejor amigo de la casa. Puede usted decir el único sin temor a ser desmentido. El honor de su nombre me es tan caro como a usted mismo, y si... ¡Va bien! ¡va bien!

No había necesidad de tantas interiores recomendaciones, porque la Naturaleza me ha hecho bastante diplomático. El espíritu dúctil y fijo de mi raza nunca se ha desmentido en los actos trascendentales en que me he visto precisado a intervenir.

Hay por fin, en sus ojos un espíritu de audacia, de empresa y de conquista no desmentido por sus costumbres, que conmueve á las mujeres y subleva en sus almas secretos ardores.

Lo de la otra vez fué un pequeño incidente. Para no verse el bolichero desmentido por los hechos, ensanchaba su largueza hasta Manos Duras, dándole algún billete de Banco á cambio de que mantuviese la paz, valiéndose de sus amistades con unos y del temor que inspiraba á otros. Un sábado, al anochecer, entró Robledo por la calle central, de vuelta de sus canales.

Y Adolfo «se apersonó» a Publio Esperoni, pidiendo «rectificara» la noticia. Recibiole Publio cortésmente y se lo prometió. Mas su rectificación no fue un verdadero desmentido. Como La Mañana se pretendía infalible, limitose a decir que «la noticia anunciada del próximo enlace de la señorita Rosa Itualde y el capitán Pérez era todavía prematura.

Los sentimientos que la agitaban eran la ira y la vergüenza. ¡Poner la mano sobre ella un hombre, cuando sus mismos padres no lo habían hecho después que fué mujer! ¿Qué pensarían de ella las comadres ante las cuales se había jactado tanto? ¿Qué diría Manolo Uceda, á quien había desmentido tan orgullosamente hacía pocos días?

Ese respeto a las luces, ese valor tradicional concedido a los títulos universitarios, desciende en Córdoba hasta las clases inferiores de la sociedad, y no de otro modo puede explicarse cómo las masas cívicas de Córdoba abrazaron la revolución civil que traía Paz, con un ardor que no se ha desmentido diez años después, y que ha preparado millares de víctimas de entre las clases artesana y proletaria de la ciudad, a la ordenada y fría rabia del mazorquero.

Tengo un payé poderosísimo: llevo en el pecho tres plumas de caburé. Usted es casi del país; usted sabe lo que es eso. No hay hombre ni fiera que pueda nada contra . ¡Macanas!... ¡Todo macanas! Ya había surgido la terrible palabra. El policía empalideció al verse desmentido con un tono de desprecio. Pero ¿no le digo que tengo un payé?... Mírelo. A usted solo se lo enseño.