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Actualizado: 12 de junio de 2025


Noté que nadie se reía de ; que nadie me miraba, que todos, cuando pasaba junto á ellos el capitán, que me llevaba de la mano, se descubrían. Era él el capitán de la galera, y además muy rico y muy principal. Por eso me respetaban todos. Y yo iba mal vestida, despeinada, descalza. Y, sin embargo, don Hugo de Alvarado, que así se llamaba mi esposo...

En fin, un domingo, la hermosísima viuda doña Guiomar de Céspedes y Alvarado se vino a la casa, y en cuanto en ella entró, la casa se cerró a piedra y lodo, y de tal manera que no parecía sino que lo que en la casa se había hecho había sido para encantarla después; la puerta principal no se abría sino por la mañana entre dos luces, para que saliese una silla de manos, en la cual iba sin duda la hermosísima doña Guiomar, y una hora después, cuando la silla de manos volvía; tanto a la ida como a la venida acompañaban la silla de manos la dueña, el rodrigón, los dos pajes, con la silla, el cogín y la alfombra, y los cuatro lacayos bigotudos que Viváis-mil-años había visto, como hemos dicho en otra ocasión, acompañando a la dama en el jardín o huerta de la casa del duende.

Dos Relaciones hechas al mifmo Hernan Cortès, por Pedro de Alvarado, refiriendole fus Expediciones, y Conquiftas en varias Provincias de aquel Reyno. Otra Relacion hecha al mifmo Hernan Cortès, por Diego de Godoy, que trata del defcubrimiento de diverfas Ciudades, y Provincias, y guerras que tuvo con los Indios.

Dijo Espinosa: Algún necio La suerte le barajara; Que yo de tropelías. Alvarado replicó: Miente el que dice que yo Puedo hacer bellaquerías. Espinosa en este punto El sombrero le tiró, Metieron mano, y llegó El presidio todo junto Y pusiéronlos en paz, Hasta que con la alabarda Llegaste al cuerpo de guarda. NARV. Y ¿en eso estás pertinaz? ¡Gentil engaño porfías!

Cuando tenía veinte años, conquisté a mi patrona que tenía cincuenta. No creo que Hernán Cortés ni Pizarro, ni Alvarado ni García de Paredes... ¡Nada, nada, se le concede a usted la primacía! exclamó el sabio soltando una carcajada vibrante y majestuosa.

ABIND. Pensé que era pasado, y no es venido. Salen NARVÁEZ y cuatro soldados, PÁEZ y ALVARADO, ESPINOSA y CABRERA. NARV. Dadle la mano, Alvarado, Y no haya más. ALVAR. No permitas, Pues siempre honor solicitas, Que pierda el que me han quitado. NARV. Volvedme a contar lo que es, Que en lo que hasta agora entiendo, Poco vuestro honor ofendo.

Alvarado era un antiguo soldado, un general grave y circunspecto, y poco mal le había causado. Más tarde decía de él: «Este general Alvarado es un buen militar, pero no entiende nada de esta guerra que hacemos nosotrosEn San Juan le trajeron un francés, Barreau, que había escrito de él lo que un francés puede escribir.

ALVAR. El mío pongo a tus pies, Pero no has de permitir Que quede en mala opinión. NARV. ¿Sobre qué fué la cuistión? ESPIN. No se la mandes decir, Que es parte y dirá a su gusto. ALVAR. Yo diré mucha verdad; Y el que más. NARV. Paso: acabad, Que ya recibo disgusto. ESPIN. Oyeme, señor, a . NARV. Ni Alvarado ni Espinosa Me han de hablar ni decir cosa; Páez lo cuente.

Preguntó el rapista a la bodegonera de dónde había sacado todas aquellas noticias, y díjole ella, que el rodrigón que había visto acompañando a la hermosa indiana, había ido tres días antes al bodegón, y la había preguntado quién fuese el amo de la casa deshabitada y si sabía que la casa se vendiese, a lo que ella había contestado ocultándole lo del duende, lo cual la había valido un buen regalo del señor marqués de los Alfarnaches, a quien había avisado en buen tiempo, y que el señor marqués la había dicho después, que la tal dama se llamaba doña Guiomar de Céspedes y Alvarado, que era viuda, que apaleaba el oro, y que al morir su marido, que había sido un viejo oidor de la chancillería de Méjico, había hecho buenos doblones su hacienda, y se había venido a Sevilla, de donde era natural, aunque por haberla llevado su marido a Méjico, todos la creían y la llamaban indiana.

Palabra del Dia

lanterna

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