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Actualizado: 24 de julio de 2025
Pero le sucedía algo inexplicable: a veces pensaba en él con un sentimiento que parecía amor y multitud de apasionadas ideas venían a encantarla. En esos momentos, dominada por un singular arranque de ternura, le escribía cartas de enamorada sumisa. Maravillada de sí misma, pensaba que el amor la había iluminado de pronto.
En fin, un domingo, la hermosísima viuda doña Guiomar de Céspedes y Alvarado se vino a la casa, y en cuanto en ella entró, la casa se cerró a piedra y lodo, y de tal manera que no parecía sino que lo que en la casa se había hecho había sido para encantarla después; la puerta principal no se abría sino por la mañana entre dos luces, para que saliese una silla de manos, en la cual iba sin duda la hermosísima doña Guiomar, y una hora después, cuando la silla de manos volvía; tanto a la ida como a la venida acompañaban la silla de manos la dueña, el rodrigón, los dos pajes, con la silla, el cogín y la alfombra, y los cuatro lacayos bigotudos que Viváis-mil-años había visto, como hemos dicho en otra ocasión, acompañando a la dama en el jardín o huerta de la casa del duende.
Palabra del Dia
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