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Los parias del arte, siempre en espera de contrata, saludan con veneración y hablan del castillo del lago de Como comprado por el gran tenor, de las deslumbrantes joyas de la eminente tiple, del modo gracioso con que se coloca el sombrero el aplaudido barítono, y en sus palabras de admiración hay un sabor de amargura contra el destino, un estremecimiento de envidia, la convicción de ser tan dignos como ellos de tales esplendores, la protesta contra la mala suerte a la que atribuyen su desgracia.

Pero he aquí que después de haber sentado en principio que únicamente entre nuestra clase se encontraban esas delicadas ideas del honor y esa elevación de carácter y de sentimientos que son el fruto de una educación adecuada a nuestro destino social, han asaltado el edificio novelesco de las falsas virtudes del estado llano y las han reducido implacablemente a un simple espíritu de emulación, de la cual nosotros tenemos también el honor de ser el vehículo: disertación que, seguramente, no me hubiera sacado de una meditación completamente extraña a lo que allí se decía, ni a propósito de la inalienable bajeza de los parias de Europa y de la poca confianza que había que tener en las costumbres del pueblo, no hubieran citado... ¡Gran Dios, mi sangre hierve al sólo recordarlo!... Se trataba de esa joven educada con tanto cuidado a la vista de Eudoxia, que hubiera respondido ciegamente de su inocencia... ¡Se trataba de Adela!... A este nombre perdí los estribos y, con un tono de voz que denotaba más cólera que curiosidad, pregunté el crimen que había cometido. «Casi nada dijo Eudoxia , una de esas cosas para las cuales su filantropía sentimental de usted reserva seguramente toda su indulgencia; una de esas pasiones decentes y platónicas que producen tan buen efecto en los dramas y en las novelas; un noble y tierno afecto por algún palurdo de la aldea inmediata, al cual va a hacer todos los días inocentes visitas que acabarán Dios sabe cómo.

Aún no se conocían el sello de correo, ni los sobres ni otras conquistas del citado progreso. Pero ya los dependientes habían empezado a sacudirse las cadenas; ya no eran aquellos parias del tiempo de D. Baldomero I, a quienes no se permitía salir sino los domingos y en comunidad, y cuyo vestido se confeccionaba por un patrón único, para que resultasen uniformados como colegiales o presidiarios.

Mejor es ser lo que soy, 1525 Pues que no soy lo que fuí: Aprended, flores, de Lo que de ayer á hoy. Prado con una fuente. Y ¿que tiene tan buen talle? Esto me dijo Leonor, 1530 Y que es la moza mejor Que tiene toda la calle. Es una perla, un asombro; Rinden parias á su brío Cuantas llevan ropa á el río 1535 Y llevan cántaro en hombro.

Los parias trabajaban para los bramanes, los ilotas para los espartanos, los esclavos para los romanos, los siervos para los señores feudales. ¿Y hoy no sucede lo mismo? ¿Qué importa que en las leyes esté abolida la esclavitud? Los que trabajan en el fondo de esta mina y absorben el veneno que les mata, si no son esclavos por la ley lo son por el hambre. El resultado es idéntico.

Hagamos que sobre nuestra miseria de parias surja la primavera. Será una primavera triste y sin frutos, pero tendrá flores. El sol sale para los que están en lo alto; para nosotros, dulce compañera, está muy lejos; pero, en el negro fondo de nuestro pozo, abracémonos, irgamos la cabeza, y ya que no nos reanima su calor, adorémoslo como una estrella lejana.

Aquel rebaño sucio, miserable y asustado, con la palidez del hambre en las carnes y la locura del terror en los ojos, era la piratería del Mercado, los parias que estaban fuera de la ley, los que no podían pagar al Municipio la licencia para la venta, y al distinguir a lo lejos la levita azul y la gorra dorada del alguacil, avisábanse con gritos instintivos, como los rebaños al presentir el peligro, y emprendían furiosa carrera, empujando a los transeúntes, deslizándose entre sus piernas, cayendo para levantarse inmediatamente, abriendo agujeros en la masa humana que obstruía la plaza.

Quería subir, saltar de la clase de los parias dedicados al trabajo a la de las «personas decentes»; y con el imperio y la concisión de la señora absoluta que no admite réplicas, expuso a su marido el futuro plan de vida.

Si a esto agrega usted que tarde o temprano tendremos un buen puerto, ya sea en El Moral o en el mismo Nieva, porque la guerra no ha de durar eternamente ni el Gobierno ha de dejarnos reducidos siempre a la condición de parias, ya verá usted qué vuelo toma en un instante el comercio de la villa y qué pronto le hacemos sombra a Sarrió.

Nada sacaréis de ellos si no os mostráis humildes, sumisos, incondicionales admiradores de sus personas. ¡Ay de vosotros si no os acercáis a tan excelsos caballeros, aparentando que todo lo esperáis de ellos! ¡Ay de quién no les rinda parias! De seguro que nada obtendrá; de fijo que a todo le contestarán con monosílabos, y saldrá de allí colérico y desesperado.