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Sintiéndome vacilar, me senté en uno de los bancos que, como ya te he dicho, rodean la glorieta, y apoyé la cabeza sobre mis manos. Pasado algún tiempo levanté los ojos, y vi a Adela de pie y vuelta al otro lado, que confeccionaba un ramo de flores. Me levanté, fui hasta donde estaba y le pasé dulcemente un brazo alrededor del cuello, sin osar decir nada.

En los rincones pasaba las horas muertas jugando a las muñecas, sin chistar; ella misma confeccionaba las prendas liliputienses con que vestía a su pequeña familia, tan hábilmente, que todos se maravillaban de la práctica de aquellas manecitas en manejar la aguja y las tijeras; misia Gregoria guardaba todavía, como oro en paño, las camisitas y vestidos hechos por su adorado prodigio a los cuatro años.

Aún no se conocían el sello de correo, ni los sobres ni otras conquistas del citado progreso. Pero ya los dependientes habían empezado a sacudirse las cadenas; ya no eran aquellos parias del tiempo de D. Baldomero I, a quienes no se permitía salir sino los domingos y en comunidad, y cuyo vestido se confeccionaba por un patrón único, para que resultasen uniformados como colegiales o presidiarios.

¡Macha! gritó a su mujer. Acudió inmediatamente. Su faz era redonda y bondadosa; su cabello, descuidado, tenía un color impreciso. Llevaba en la mano un traje de niño, que ella confeccionaba. Bueno, ¿vas a comer? Voy a decir que calienten la comida; todo está frío. No, espera... Tengo que hablarte. Macha manifestó inquietud; puso sobre la mesa su labor y miró fijamente a su esposo.

Confeccionaba, por último, varios platos de origen francés, cuyos nombres enrevesados habían venido a modificarse poniéndose de acuerdo con la pronunciación española. Así, por ejemplo, chuletas a la balsamela, lenguados inglatines y angulas fritas con salmorejo tártaro. No era todo esto lo más admirable.

En los días calurosos confeccionaba refresquets, y estos «refrescos» eran vasos enormes, mitad de agua, mitad de caña, sobre un grueso lecho de azúcar, mixtura que hacía pasar fulminantemente, sin gradaciones, de la vulgar serenidad á una angélica embriaguez. El capitán le reñía al ver sus ojos inflamados y enrojecidos. Iba á quedarse ciego... Pero él no se conmovía ante la amenaza.

El joven aprovechó esta aprobación indirecta, y un instante después estaba instalado debajo de la cubierta de cristales, al lado de la viuda, que le contaba los chismes de la playa, escuchados por él con resignación ejemplar, mientras Liette, improvisándose cocinera, confeccionaba un plato de dulce para las circunstancias. Fue aquella una velada deliciosa.

El viejo lo derramaba con mano pródiga. «Bebed, muchachos; en vuestra tierra no tenéis de esto...» Otras veces confeccionaba sus famosos «refrescos», sonriendo con una satisfacción de artista al ver el mohín de voluptuosidad que alteraba los rostros. ¿Cuándo habéis bebido nada semejante? decía con orgullo . ¿Qué sería de vosotros sin el tío Caragòl?...