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Me quedé en el corredor, como una réproba, contemplando la puerta que acababa de cerrarse tan duramente tras de . Después apoyé la cabeza en la pared y lloré silenciosa y amargamente.

Abstrayéndonos del órden de la sensibilidad, levantándonos á la esfera intelectual pura, ¿quién sabe si podríamos decir que no hay otra intuicion del alma que la que tenemos ahora; que ella, en misma, en su entidad una, simple, es esta misma fuerza que sentimos; que esta misma fuerza es el sujeto de las modificaciones, que es la substancia, sin que sea preciso excogitar otro fondo muerto digámoslo así, en que resida esta fuerza? ¿por qué la misma fuerza no podrá ser subsistente? ¿por qué debemos imaginar otro substratum en el cual se apoye?

Es usted un verdadero amigo. . ¿Pero un amigo cómo? Verdadero, como usted lo ha dicho. Un amigo... que me ama... Sin duda. ¿Mucho? Seguramente. ¿Apasionadamente? No. A este monosílabo que articulé muy secamente y apoyé con una firme mirada, la señorita Helouin arrojó vivamente su ramito de azahares y abandonó mi brazo.

Mi apoyo repuso don Simón, más blando que un guante no ha de faltarle mientras yo le vea dispuesto a velar por los intereses del país. Mañana le daré a usted otra prueba más de que el bien del país es su único afán... ¿Mañana, dice usted? En el supuesto de que apoye usted su proposición ese día, como asegura hoy El Ariete.... Y a propósito: tiene usted buenos amigos en la Prensa.

Quita allá, hombre de Dios se apresuró a decir el señor Bellido . ¿Pero es que yo he hablado de embargarte? He dicho que si quisiera.... Pero qué lejos está de mi ánimo.... Y más ahora que el señor Coliñón vos apoya.... No es que nos apoye declaró el sincero Belarmino.

Me abrió su corazón, y me dejó entrar en lo íntimo de su conciencia, y yo me embriagué con su aroma. »Un plan astuto, hábilmente forjado por mi pasión, maduró en mi pensamiento, mostrándose como exento de pecado. Para forjar este plan, me apoyé en las condiciones de su carácter y en las circunstancias de que la rodeaba la ciega fortuna. ¿A quién había de amar ella en estos lugares?

Largos ratos se pasaba en este ejercicio de la razón. A veces se decía: «Rechacemos todo lo fantástico. No admitamos nada que no se apoye en la lógica. ¿De qué vive? ¿Vivirá honradamente? No aventuremos ningún juicio temerario. Podrá vivir honradamente y podrá vivir de mala manera. Yo llegaré a descubrir la verdad enterita, sin preguntar una palabra a nadie.

Encantado con aquel lugar, me senté al pie de un árbol, apoyé la espalda contra su tronco y extendiendo las piernas me entregué a la contemplación de la solemne belleza del bosque, a la vez que aspiraba el delicioso aroma de un buen cigarro.

No presentaba la menor solución de continuidad; pero mi corazón latió precipitadamente al notar que por su parte superior, donde entraba en el hueco del muro, se deslizaba un tenue rayo de luz. ¡Aquella luz procedía de la celda del Rey! Apoyé el hombro contra el tubo, y el intersticio por donde salía la luz se ensanchó perceptiblemente, algunas líneas.

Sintiéndome vacilar, me senté en uno de los bancos que, como ya te he dicho, rodean la glorieta, y apoyé la cabeza sobre mis manos. Pasado algún tiempo levanté los ojos, y vi a Adela de pie y vuelta al otro lado, que confeccionaba un ramo de flores. Me levanté, fui hasta donde estaba y le pasé dulcemente un brazo alrededor del cuello, sin osar decir nada.