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Antes de media noche llegó Pepe, y Leocadia, que le estaba esperando, entró con él a la alcoba de sus padres, donde doña Manuela dormía profundamente y don José aguardaba desvelado. Leocadia oyó sin chistar el corto diálogo que sostuvieron padre e hijo. Pepito, ¿no te choca esto? Mucho, pero no atino con la causa. Es que ni una palabra... ¿a tampoco te ha dicho nada? Tampoco.

Don José no se atrevió a chistar; Pepe soltó una carcajada. ¡Qué fuerte te da! ¡Esta es una familia podrida! prosiguió el cura así estáis, así os veis, necesitados, pobres, desamparados, dejados de la mano de Dios; , trabajando en esa imprenta como un gañán, y Vd. ¡Hijo mío, líbreme Dios de suponerle tan mezquino que sea capaz de castigarme con reuma por ser progresista!

Pues no tiene usted más que ponérselo en cuanto sea su yerno, porque, según cuentan, es novio de su hija Emilia dijo el marica recalcando las palabras con extremado gozo. Paco y D. Santos rieron. D. Cristóbal quedó anonadado. Apenas pudo mascullar trabajosamente: ¡Quién hace caso de esas boberías! Y no volvió a chistar.

Para estarse quieto en una silla las horas muertas sin chistar, como si asistiera a un duelo. A pesar de que las señales eran manifiestas y que las mujeres, sobre todo si son andaluzas, saben leer pronto y bien en el pecho de los galanes, tardó bastante tiempo Fernanda en darse cuenta de la afición de Eduardito.

De esta suerte trascurrió largo rato: el dueño del puesto junto al cual se habían detenido, comenzaba a fijarse en ellas. Paz, desasosegada, fuera de , se mordía los labios, pugnando por tragarse las lágrimas, y el aya la miraba sin atreverse a chistar. «No viene, no viene» pensaba la pobre niña, en cuyo corazón arraigaba rápidamente la esperanza. «¿Estará dentrola decían sus celos.

«Gracias a Dios, mujer... le dijo en la misma puerta . ¡Vaya unas horas! Creí que te había cogido un coche, o que te había dado un accidente». Sin chistar siguió Benina a su señora hasta un gabinetillo próximo, y ambas se sentaron.

Al salir la gente, pareció quedarse vacía la baca. El camargués habíase apeado en Arlés, el conductor marchaba a pie por la carretera, junto a los caballos. El amolador y yo, cada uno en su rincón respectivo, nos quedamos solos allá arriba, sin chistar. Hacía calor, el cuero de la baca echaba chispas.

A todo esto llovía, llovía, y la tarde de invierno caía prontamente, y el celaje gris ceniza parecía muy bajo, muy próximo a la tierra. Chinto encendió el candil de petróleo, y trajo caldo a la paralítica, y permaneció sentado, sin chistar, con las rodillas altas, los pies apoyados en el travesaño de la silla, la barba entre las palmas de las manos.

El bueno del Papa mismo no confiaba ya tanto en su amiga, y cuando se dejaba llevar al extremo de echar un sueñecillo sobre los lomos de ella, el domingo a su regreso de la viña, ocurríasele siempre esta consideración: «¡Si fuese a despertarme allá arriba, en la plataformaVeía esto la mula, y sufría sin chistar; solamente cuando en presencia de ella se pronunciaba el nombre de Tistet Védène, erguíanse sus largas orejas, y afilaba con una risita el hierro de sus cascos en el pavimento...

Doña Blanca, persuadida de que la súbita vocación de su hija era sincera y profunda, tuvo con D. Casimiro una conversación muy afectuosa y grave, y le dió sus pasaportes. El P. Jacinto ponderó el fervor de Clara y animó á Doña Blanca para que á la mayor brevedad la dejase entrar de novicia en un convento de carmelitas descalzas que en la ciudad había. D. Valentín se avino á todo sin chistar.