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En Arlés y Nimes hay ruinas de arcos y palacios y santuarios, mosaicos, pinturas é inscripciones, tan antiguos unos y tan primorosos otros, que multitud de gentes van á admirarlos, no sólo de toda Francia sino de otras naciones. En tus ojos veo ya el deseo de contemplar tanta cosa buena. ¡Vente con nosotros y voto á tal que no ha de pesarte!

Una visita al cortijo de una mujer entusiasta del maestro, que deseaba ver de cerca cómo vivía en el campo. Estas señoras medio extranjeras son siempre caprichosas y raras. ¡Pues si ella hubiese visto a las francesas, cuando fue la cuadrilla a torear en Nimes y Arlés!... Total, na. ¡Too... «líquido»! Hombre, ¡por la paloma azul! Tendría gusto en conosé al desahogao que ha venío con el soplo.

Vienen de la Ville-des-Baux. ¡Seis leguas largas para sentarse una hora en las gradas de San Trofino y vender paquetitos de hierbas medicinales recolectadas en la montaña!... Divisamos ya las murallas de Arlés; murallas bajas y almenadas, como se ven en las estampas antiguas, donde aparecen guerreros armados de lanzas sobre terraplenes menores que ellos.

Es allí donde se encuentran sucesivamente las interesantes ciudades de Arles, Nîmes y Montpellier, esta notabilísima como centro literario y científico, no desprovista de bellezas de arte, y las otras dos como verdaderos santuarios que guardan dentro de sus muros los prodigios del arte plástico y de arquitectura y pintura que la civilizacion atesoró en su marcha sucesiva en el mediodía de Francia.

Y esta mañana a las cinco estaba esperándome al pie de la cuesta su gran break, cargado de escopetas, perros y víveres. Henos aquí rodando por la carretera de Arlés, algo seca y árida en esta madrugada de diciembre, en que apenas se distingue el pálido verdor de los olivos y el verde intenso de las encinas, demasiado de invernadero y como ficticio.

No hay duda de que, durante la Edad media, subsistieron las representaciones mímicas en los paises sujetos á la dominación romana. De los numerosos documentos, que lo atestiguan, indicaremos sólo los más importantes. El sínodo de Arlés, celebrado en 412, excomulga á los que visitan las iglesias en día festivo.

Al salir la gente, pareció quedarse vacía la baca. El camargués habíase apeado en Arlés, el conductor marchaba a pie por la carretera, junto a los caballos. El amolador y yo, cada uno en su rincón respectivo, nos quedamos solos allá arriba, sin chistar. Hacía calor, el cuero de la baca echaba chispas.

Y de esta manera, hasta en ese desierto cuya soledad hubiera debido amistarlos, esos dos salvajes, tan ignorantes y sencillos uno como el otro, esos dos boyeros de Teócrito, que solamente una vez cada año van a la ciudad, y a quienes los cafetuchos de Arlés, con sus dorados espejos, les deslumbran como si contemplasen el palacio de los Tolomeos, ¡las opiniones políticas les ha proporcionado una razón para odiarse!

Siempre el mismo sofá de cuadros amarillos, los dos sillones de paja, la Venus de Milo, y la Venus de Arlés en la chimenea, el retrato del poeta por Hébert, su fotografía por Esteban Carjat, y en un rincón, cerca de la ventana, el escritorio, una humilde mesita de oficial del registro, completamente atestada de librotes viejos y de diccionarios.

La mayoría de estos bueyes de Camargue se crían para ser lidiados en las fiestas de los pueblos, y algunos tienen ya fama en todos los circos de Provenza y Languedoc. Así, por ejemplo, la manada que está más cerca, cuenta entre otros con un terrible combatiente llamado Romano, que ha despanzurrado a no cuántos hombres y caballos en las plazas de Arlés, de Nimes, de Tarascón.