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La luna iluminaba las ondas deliciosamente, produciendo admirables reflejos en la limpia estela del vapor. Pero la tierra estaba velada por las nieblas de la costa, y no fué posible verla sino en el momento de entrar al siguiente dia en el puerto de Tarragona. Centenares de presidiarios trabajaban allí en terminar el puerto con una gran muralla edificada entre las ondas.

Aún no se conocían el sello de correo, ni los sobres ni otras conquistas del citado progreso. Pero ya los dependientes habían empezado a sacudirse las cadenas; ya no eran aquellos parias del tiempo de D. Baldomero I, a quienes no se permitía salir sino los domingos y en comunidad, y cuyo vestido se confeccionaba por un patrón único, para que resultasen uniformados como colegiales o presidiarios.

En la misma dirección, pero a larga distancia, fueron perdiéndose entre dos remolinos de polvo, grande uno, imperceptible otro, los presidiarios y el jinete.

No se puede entrar nada en los edificios, sin autorización. La traemos, dijo el vigilante sacando un papel del bolsillo. El marinero entró detrás de Tragomer en la barraca, donde sentados en el suelo y con la espalda contra la pared, unos presidiarios estaban trabajando en gruesas y duras maromas embreadas.

La muerte era mil veces preferible al suplicio de aquel emparedado que no salía de su tumba de piedra sino para dar vueltas velado, sin que los rayos del sol ni la brisa del cielo pudieran tocarle la cara. Pasaron por una fragua donde algunos presidiarios estaban martillando en el yunque las esposas y las cadenas que iban á servir para sujetar á sus compañeros de miseria.

Esta ley de la gravedad que nos encadena al suelo, que nos pone grillos al nacer como si fuéramos presidiarios, ¿no es una ley estúpida? ¡Y luego nos hablan de inteligencia en la naturaleza! ¡Menguada inteligencia que corre parejas con su bondad! Núñez soltó una carcajada.

A pesar de esto, mi voluntad no cedía; yo la encontraba fuerte y tensa, dispuesta a cualquier esfuerzo. Tomé una poción de quina, y a los quince días había recobrado la salud. A los confinados en los pontones se les trataba como a presidiarios. Casi todos los reclusos tenían palomas, pájaros, ardillas y otra porción de animales domesticados.

El inmortal Pringles, a quien el virrey Pezuela colmándolo de presentes devuelve a su ejército, y para quien San Martín en premio de tanto heroísmo hace batir aquella singular medalla que tenía por lema: ¡Honor y gloria a los vencidos de Chancay!, Pringles muere a mano de los presidiarios de Quiroga, que hace envolver el cadáver en su propia manta.

La marinería era completamente patibularia; quitando los vascos, que iban al lado del capitán por codicia, campesinos en su mayoría, y otros dos o tres, los demás eran una colección de borrachos, de ladrones, de presidiarios, lo peor de lo peor, el detritus de los puertos de las cinco partes del mundo. Los vascos, no. Estos eran casi buenas personas.

Se acongoja el viajero al oir la relacion de los horribles martirios de que fué teatro aquel canal, construido por los presidiarios, de los cuales hubo millares de víctimas del trabajo y los crueles tratamientos.