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Sonreía Cervantes oyendo a Margarita, como quien sonríe cuando escucha las raras quimeras de un sueño que se relatan, y asiéndola dulcemente una mano y mirándola amoroso, la dijo: Aunque yo no tuviera más valor que el que el encanto de vuestra hermosura y el amor que me mostráis me infunden, dígoos que no ya ese capitán, que de tal modo os espanta, sino el mismísimo Orlando con toda una cohorte de encantadores y vestiglos, no bastaría para contrarestar el poder de mi brazo, que vengada ha de haceros, mal que le pese al brío y a la fama de vuestro enemigo; y tened más confianza en el aliento de quien bien os ama, y no tembléis ni empalidezcáis, mi dulce señora, que en verdad os digo que para vos y para han empezado ya días más bonancibles de amor, de ventura y de esperanza.

¡El sol yo! ¡pero no veis que estamos á obscuras! Yo os veo claro, como si fuera de día... como si... estuviérais... ¿Como si estuviera dónde? No me atrevo, señor, ¡habéis mostrado tal empeño en no ser conocido!... Sin embargo, vos lo mostráis también en hacerme entender que me conocéis. Porque en ello me va mi honra. ¡Vuestra honra! , por cierto; yo no podía ser esclava de otro que de vos.

»Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros.

Sabed, señor caballero, repuso el barón con voz imperiosa, que siempre veré lo bastante para distinguir la senda del deber y de la gloria, camino en el cual no necesito guía. ¡Medrados estamos, y no es mal humorcillo el que mostráis apenas llegado á tierra de Francia! exclamó Sir Oliver.

Nos parecemos mucho, don Francisco; yo soy deforme y vos lo sois también, aunque menos; vos lloráis riendo, y yo río rabiando; vos os mostráis contento con lo que sois, y queréis ser lo que ninguno se ha atrevido á pensar; yo llevo con la risa en los labios mi botarga y siempre alegre sacudo mis cascabeles, y si pudiera convertirme en basilisco, mataría con los ojos á más de uno de los que me llaman por mucho favor loco... ¡Ah! ¡ah! ¡ah! yo, estruendo y chacota del alcázar, llevo conmigo un veneno mortal, como vos en vuestras sátiras regocijadas ocultáis el veneno de un millón de víboras; sois licenciado y poeta y esgrimidor, y aun muchas cosas más.

Nada sacaréis de ellos si no os mostráis humildes, sumisos, incondicionales admiradores de sus personas. ¡Ay de vosotros si no os acercáis a tan excelsos caballeros, aparentando que todo lo esperáis de ellos! ¡Ay de quién no les rinda parias! De seguro que nada obtendrá; de fijo que a todo le contestarán con monosílabos, y saldrá de allí colérico y desesperado.

Partid, don Lope, a vuestro palacio; alcanzad licencia de vuestro padre; sepa yo que en querrá abrazar una hija y no mirar de reojo a la esposa de su hijo; volved tan amante como ahora os mostráis, y vuestro gusto y el mío se cumplirán colmadamente sabiendo que ni fuerzas humanas podrán arrancar vuestra imagen del pecho mío durante tal ausencia, y que ni el orbe entero me evitará un monasterio si el ser quien soy me obliga a rehusar el amor vuestro.

Y creedme, señora mía, que tan no ha tardado la penitencia de mi culpa, que cuando en ello reflexionar pude, de se apoderó el miedo de las consecuencias de haberos ofendido, no de otra manera que si hubiera ofendido a Dios, que todo lo ve y lo sabe. Sed, pues, tan grande en la indulgencia y en el perdón, como veo que lo sois en el amor que me mostráis.

Decís que os encontráis en circunstancias especiales respecto á ese joven; mostráis repugnancia en entregarle vos misma esa provisión de capitán de infantería... ¿qué media entre vos y ese caballero?... ¿creéis que yo puedo tener derecho para haceros esta pregunta? Más que derecho, tenéis un gran interés en saber á qué ateneros respecto á ese caballero.

En efecto, ahora acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño, o se marchitan como la flor del campo. ¡Oh desdichado Montesinos! ¡Oh mal ferido Durandarte! ¡Oh sin ventura Belerma! ¡Oh lloroso Guadiana, y vosotras sin dicha ijas de Ruidera, que mostráis en vuestras aguas las que lloraron vuestros hermosos ojos!