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Actualizado: 25 de junio de 2025
Matrona egregia, gloria viviente del amor hispano, que ciñe al par una corona regia y una señal del símbolo cristiano; Madre de razas parias, que dió el pecho a un pobre niño, abandonado y magro, y le infundió en un soplo de milagro la vida de los pueblos: el Derecho.
Tú no eres carne fofa, carne que se aniquila en las borrascas... Tú no llevas encima de la frente el Inri denigrante de los parias... Adora ese evangelio que te obliga a defender tus fueros con la espada, como te obliga a levantar un trono el inri denigrante de los parias...
A Goa acudían agentes o enviados de muchos soberanos a negociar alianzas y a mendigar el favor y el auxilio del virrey. Los rajaes de Cambaya y de Narsinga, el samori, los príncipes y sultanes de Aracan, de Bengala y del Pegu, y hasta el propio shah de Persia, anhelaban la amistad de los portugueses, les enviaban presentes o les rendían parias.
Y los vecinos de las Claverías sentían halagado su orgullo de parias cuando veían al príncipe eclesiástico arrastrar su sotana de vivos rojos por los andenes de piedra para sentarse en el cenador y charlar más de una hora con la vieja, mientras los familiares permanecían respetuosamente de pie en la puerta de la verja. A Tomasa no le enorgullecía este honor.
Su Bilbao volvería á ser la villa comercial, la de las famosas ordenanzas, con una vida mediocre y pacífica, sin enormes capitales, pero limpia la conciencia del remordimiento cruel que pesaba sobre ella, cuando desfilaba por sus calles el ejército de la miseria, los parias del trabajo en huelga, los que llegaban á exhibir como una acusación muda sus harapos y su cara de hambre ante los palacios de los ricos.
En España hay una cuarta clase de la sociedad, compuesta de brillantes párias, que inspira el mayor interes: la juventud. Es observando su situacion y desarrollo que puede comprenderse mejor la lucha actual, definitiva, entre la antigua y la moderna España.
Cada uno de esos pobres párias de la sociedad se dice con despecho sombrío: «Muchos de estos hombres tienen cien, doscientas, quinientas ó mas libras esterlinas de renta por dia, ó cuando ménos veinte, miéntras que yo apénas puedo conseguir, cuando mejor me va, tres, cuatro ó seis peníques para mantenerme con inmundicias.... Lo que uno de esos señores gasta en uno solo de sus magníficos caballos sería bastante para asegurar la subsistencia de toda mi familia.... Los perros de ese lord son mas respetables y felices que yo; y la querida de ese banquero gasta en sus guantes cada semana mucho mas de lo que mi esposa, que es honrada, gana con sus fatigas de un año entero....»
¡Oh! ¡Quién, teniendo fuerzas lapidarias, pudiese ese banal mundo de parias sostener como un Atlas en sus hombros; y sacudirlo, en un supremo esfuerzo, a ver si así revive el Universo; o se sepulta al fin en sus escombros! Caballeresco tipo que de otros tiempos queda, forma nota discorde con el siglo presente.
El millonario adivinaba el pensamiento de su primo, acogiéndolo con un gesto desdeñoso. ¡Dedicar su vida á los de abajo: ser una especie de santo laico que empleara su fortuna, no en limosnas infecundas, sino en emancipar moralmente á los parias del trabajo, proporcionándoles el pan de la instrucción! ¡Fundar grandes escuelas, universidades, etc., como aquellos ricachones de que hablaba el médico!... ¡Bah! ¿Y qué placer podía proporcionarle esto?... Su egoísmo profundo de hombre de presa, sin otros ideales que la vanidad y el goce de su persona, se reía del doctor.
Y tras estos ejemplares de la miseria y la enfermedad, sonaban las tristes herraduras de los inválidos del trabajo: caballos de tahonas y de fábricas, machos de labranza, jacos de coche de alquiler, todos soñolientos por el hábito de arrastrar años y años el arado o la carreta; parias infelices que iban a ser explotados hasta el último instante, dando diversión a los hombres con sus pataleos y saltos al sentir en el abdomen los cuernos del toro.
Palabra del Dia
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