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Debo decir desde luego que, desde el momento que pisé estas tierras queridas del sol, el África suena en mis oídos a todo momento, sea en las quejas da Selica al pie de los árboles matadores, sea en sus cantos adormecedores, sea en el cuadro opulento de aquel indostán sagrado donde el sol abrillanta la tierra. Es un hecho positivo que el manzanillo tiene propiedades fatales para el hombre.

La vegetación. El manzanillo. Cabras y yanquis. La fiebre. Barranquilla. La "brisa". La atmósfera enervante. El fatal retardo. Preparativos. El río Magdalena. Su navegación. Regaderos y chorros. Los "champanes". Cómo se navegaba, en el pasado. El "Antioquía". "Jupiter dementat..." Los vapores del Magdalena. La voluntad. Cómo se come y cómo se bebe. Los bogas del Magdalena. Samarios y Cartageneros.

Como alguien dijera riendo que Fuentes tenía "buena sombra", éste replicó vivamente: ¿Lo ve usted, conde? Hasta para decir que un hombre tiene gracia se dice que tiene buena sombra. A nadie se le ocurre decir que tiene buen sol. Y con motivo de las sombras se habló de la del manzanillo. La marquesa de Ujo preguntó al mejicano, marido de Lola, si en su país había manzanillos.

Un día en que, por ausencia del director, le encargaron el artículo de fondo, llenó tres columnas de prosa razonadora y fría, resultando de ella, después de examinar y pesar todo lo existente, tan malo y defectuoso el ideal defendido por el periódico como el régimen de los gobernantes actuales. El tal Homero, según decía el propietario, era un manzanillo del saber.

El sol quema en esos parajes y el manzanillo incita con su sombra voluptuosa, cargada de perfumes. Los jóvenes yanquis se acogieron a ella, unos por ignorancia de sus efectos funestos, otros porque, en su calidad de hombres positivos, creían puramente legendaria la reputación del árbol. No sólo durmieron a su sombra, sino que aspiraron sus flores y comieron sus frutos prematuros.

El manzanillo es aquel mismo árbol de la India cuya influencia mortal es el tema de más de una leyenda poética de Oriente. Su más popular reflejo en el mundo europeo es el disparatado poema de Scribe, que Meyerbeer ha fijado para siempre en la memoria de los hombres, adornándolo con el lujo de su inspiración poderosa.

Yo vengo aquí, hoy que crece en nuestro suelo el manzanillo enfermo del pesimismo, y en que diríase que se está pudriendo y desmigajando por momentos el alma nacional, a evocar su memoria sagrada, y al evocarla, a pedir a vosotros todos y en vosotros a todos mis conciudadanos , menos política aleve, menos intriga sutil, menos ambiciones, menos complicidades, menos emboscadas tenebrosas: y más piedad para los yerros y ofensas, y más respeto para todos los preceptos constitucionales, y más rectitud para rechazar a los que sean capaces de invitar al deshonor y al crimen, y más pureza para defender los principios patrios, y más voluntad para no codearse con los viles, y más valor para sacarlos por el cuello y ponerlos adonde el sol los queme y los destruya.... Yo vengo aquí, a rendir el tributo infeliz de mis palabras, al literato insigne, al poeta sincero, al orador maravilloso, al hombre tierno y sonoro, grande y bueno, que despertó en mi alma, ya con las armonías incomparables de su joyante prosa, ya con los trinos melodiosos de sus versos, ya con el himno triunfal de su voz pitonisaria, el amor inextinguible por la Libertad y la Belleza; al hombre cuya cabeza ya está hueca, cuyos labios ya están mudos, cuya mano está ya deshecha, al apóstol y al mártir que reposa para siempre en la almohada eterna y en el inmortal silencio.... Vengo aquí, en fin, trémulo y reverente, como hijo agradecido y amoroso, a ofrendarle mis pobres flores, mis flores descoloridas y sin perfume, mis pobres flores que acaso manos traidoras arrebaten y despedacen, atendiendo al dolor que en algunos vivos proporciona la glorificación de aquellos muertos cuyas virtudes no saben; o no quieren imitar.... , porque es triste cosa, pero es lo cierto; todo aquel que posee una cualidad extraordinaria, lástima, sin más que eso, al que no tiene ninguna: no hay bien de uno que no traiga la tristeza de otro; no se rinde homenaje a un muerto que no vaya acompañado por malignas lágrimas o malignas sonrisas.

Conocía bastante de vista y de oídas a la mayor parte de las personas que ocupaban los aristocráticos trenes que cruzaban lentamente guardando fila, pero no trataba a ninguna: el barón de Aguilar con su señora, la marquesa viuda de Istúriz con su hija, después los señores de Pérez Blanco, en seguida el embajador inglés, luego la señora de Manzanillo con sus tres hijas, unas señoras que no conocía, un consejero de Estado próximo a ser ministro, el banquero Mendiburu con su señora y hermana, la generala Bembo:... a ésta la conocía.

A ambos lados de la vía se extienden bosques de árboles vigorosos, cuyo desenvolvimiento mayor veremos más tarde en las maravillosas riberas del Magdalena. Pero la especie que más abunda es el manzanillo, que la naturaleza, pródiga en cariños supremos para todo lo que se agita bajo la vida animal, ha plantado al borde de los mares, colocando así el antídoto junto al veneno.