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Talento sólido y bien nutrido, sagaz observador y pintor felicísimo de costumbres, Andrés Ruigomez hubiera alcanzado en Francia, con aliento para sus primeros pasos y recompensa para sus primeros merecimientos, una reputacion no menor que la de Paul de Kock, á quien vence en la profundidad de las ideas y no cede en la fuerza del chiste.

Monta a caballo y atropella con gracia a la gente de a pie; habla el francés, el inglés y el italiano; saluda en una lengua, contesta en otra, cita en las tres; sabe casi de memoria a Paúl de Kock, ha leído a Walter Scott, a D'Arlincourt, a Cooper, no ignora a Voltaire, cita a Pigault-Lebrun, mienta a Ariosto, habla con desenfado de los poetas y del teatro. Baila bien y baila siempre.

Dijo Deus á os anjos: id vos á pradeira, Que melhor canta ó senhor de Madureira. Rafael dijo la condesa , mofador eterno, ¿quién se escapa de tus tijeras? Voy a mandar hacer tu retrato en figura de pájaro burlón, como se ha hecho el de Paul de Kock en forma de gallo. De esa suerte repuso Rafael al irse haré una Arpía masculina, lo cual tendrá la ventaja de que se pueda propagar la casta.

Domingo triste... En mi cuartito de fonda, cuya ventana da a las murallas árabes, procuro distraerme encendiendo cigarrillos... Toda la biblioteca de la hospedería ha sido puesta a mi disposición; entre una historia muy detallada del censo de la población y algunas novelas de Paul de Kock, encuentro un tomo descabalado de Montaigne... Abro el libro por donde él quiere abrirse, y vuelvo a leer la admirable carta en que describe el autor la muerte de La Boétie... Heme aquí tan meditabundo y sombrío como jamás lo estuve... Caen algunas gotas de lluvia.

Y se dijo: «Esto de la sabiduría es un complemento necesario. Seré sabio. Hipócrates era el maestro de Platón, maestro al cual nunca llamó Sócrates Trabuco, ni le hacía falta. Desde entonces leyó periódicos y novelas de Pigault Lebrun y Paul de Kock, únicos libros que podía mirar sin dormirse acto continuo.

Tomaba él en serio este género de vida, y cuando tenía dinero, invitaba a sus amigos a tomar un bacalao en su hotel, dándose unos aires de hombre de mundo y pillín, con cierta imitación mala del desgaire parisiense que conocía por las novelas de Paul de Kock. Feliciana era de Valencia, y ponía muy bien el arroz; pero el servicio de la mesa y la mesa misma tenían que ver.

Las pastorales, sinodales, bulas y demás entretenidas cosas que el libro traía, fueron el único remedio de su soledad triste, y lo mejor del caso es que llegó a tomar el gusto a manjar tan desabrido, y algunos párrafos se los echaba al coleto dos veces, masticando las palabras con una sonrisa, que a cualquier observador mal enterado le habría hecho creer que el tomazo era de Paul de Kock.

El librero de la calle de la Industria pedía a Madrid algunas novelas de Paul de Kock por encargo de sus parroquianos, y el profesor de piano hacía análoga reclamación a los editores de música, de varias romanzas sentimentales con títulos apasionados como Vorrei morir, Tutto per te, Non posso vivere y otras de igual jaez, por empeño de sus discípulas.

Una tarde, los amigos que me acompañaban en mis paseos me enseñaron la casa de Thiers, el gran historiador, y también me llevaron al café donde, por invierno, solía ir a tomarse su copa de cerveza Paul de Kock. ¿El de las novelas para reír? Tiene gracia; pero sus indecencias y porquerías me fastidian. También vi la zapatería donde le hacían las botas a Octavio Feuillet.