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Pepe, entre tanto, se avió pronto, con propósito de llegar al hôtel antes de que don Luis concluyera de vestirse y saliera al despacho, seguro, por este medio, de poder hablar un rato con su novia. En el camino estuvo dos veces a punto de volver pies atrás: por fin, el deseo de verla pudo más que el temor de la separación. Al entrar en el cuartito de la biblioteca, donde había nacido aquel amor que era la única alegría de su vida, casi le faltaron fuerzas. Creía que, con el tormento de pensar en su madre durante la pasada noche, había agotado todos los sufrimientos imaginables; y, al ver cercano el momento de alejarse de Paz, sintió que aún le cabía en el alma más dolor. ¡Qué grande y hermoso apareció, en cambio, a sus ojos, el cariño de su amante! ¡Qué contraste formaba aquella pasión desinteresada con la conducta de su madre!

Fuí conducido al hogar de un buen hombre que se ganaba el sustento fabricando cuadros de conchas: habiendo subido por una semiescala hasta un cuartito obscuro, apercibí, encuadrado en la estrecha ventana, aquel panorama trágico, panorama que me sorprendió tanto como en Suiza la vista del ventisquero de Grindelwald tomada asimismo desde una ventana.

Así me llamabais cuando erais muy niña, cuando estábamos solas en el mundo las dos, cuando os desnudaba de noche en New-York en nuestro pobre cuartito, y os tenía en mis brazos antes de poneros en la cuna, cantando para haceros dormir. Y desde entonces, Bettina, no he deseado más que una sola cosa en el mundo: vuestra felicidad. Por eso os pido que reflexionéis bien.

Porque no puedo vivir así. No te pido más que una entrevista muy breve, y te doy palabra de honor que no tendrás que arrepentirte. He puesto un cuartito en la calle de Belén, 78, entresuelo. Allí te aguardo mañana y pasado, desde la una de la tarde hasta el anochecer.

Salió doña Lupe al pasillo, y vio luz en un cuartito interior, donde la mujer de Maxi guardaba su ropa. Empujó la puerta. Allí estaba, ya sin mantilla, sacando ropa del armario y metiéndola en un mundo. «¿Pero querrá usted al fin sacarme de dudas? dijo sin recatarse ya de alzar la voz . Esto es vergonzoso.

Como era temprano me fui a acabar la velada en casa de las de Grevillois, que daban un en su minúsculo cuartito del piso quinto. Puedes pensar si tendría yo prisa por ir. Me acompañó Gerardo Lautrec. ¿Te he hablado de él? Y cuando llegamos estaba la reunión en todo su esplendor.

Bueno, ve a buscar un coche. Lo tengo abajo. Salgamos entonces. Volvió a coger el paquete Raimundo. Ambos dejaron aquel cuartito donde nunca más habían de reunirse. Montaron en coche y éste les condujo camino de las Ventas del Espíritu Santo. Era una tarde de primavera, nublada y fresca.

La Marquesa de Oreve está todavía en Vaucresson por unos días; Máximo se ha marchado ayer a Bélgica para dar unas conferencias, y el señor Lautrec se va muy pronto a no qué lejanas regiones, en las que parece que se estará dos o tres años. Lo echaremos de menos, porque es amable y alegre. La de Grevillois y su hija han vuelto a su cuartito de la calle de Verneuil.

Puesta su memoria en constante trabajo, recordó cuanto a la pobre muchacha se refería: la primera vez que hablaron, su diplomacia en cortejarla, los diálogos en el cuartito del teatro, interrumpidos bruscamente por las entradas del segundo apunte... ¡Qué guapa estaba con aquellos trajes!

Pausa y meditación. Si usted no lo tomase a mal... pero temo que usted lo tome en el sentido peor... yo, teniendo presente que a lo hecho no hay remedio y que mi entrada en su casa es más escandalosa y perjudicial a su decoro, le propondría que Concha se fuese a vivir independiente en un cuartito mientras no desaparezcan las circunstancias que me imposibilitan unirme a ella...