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A Mesía le extrañó y hasta disgustó el entusiasmo de Ana. ¡Hablar del Don Juan Tenorio como si se tratase de un estreno! ¡Si el Don Juan de Zorrilla ya sólo servía para hacer parodias!... No fue posible tratar cosa de provecho, y el tenorio vetustense procuró ponerse en la cuerda de su amiga y hacerse el sentimental disimulado, como los hay en las comedias y en las novelas de Feuillet: mucho sprit que oculta un corazón de oro que se esconde por miedo a las espinas de la realidad... esto era el colmo de la distinción según lo entendía don Álvaro, y así procuró aquella noche presentarse a la Regenta, a quien «estaba visto que había que enamorar por todo lo alto».

Octavio Feuillet, al escribir este libro, debió de poner en él mucho de mismo, de sus personales y elevados sentimientos reconocidos por todos sus críticos contemporáneos y por eso, sin duda, le ha resultado la mejor de sus obras, en donde más resaltan sus esenciales cualidades de novelista, creador de escenas y caracteres de ideal nobleza.

Por último, habiendo llegado á Vegalora cierto ingeniero belga para dirigir el laboreo de unas minas de D. Baltasar, tomó algunas lecciones de francés y trabó conocimiento por su mediación con los más acreditados y flamantes novelistas de la nación vecina, Alfonso Karr, Julio Janin, Teófilo Gauthier, Octavio Feuillet y otros.

Alejándose cada vez más del comercio de la gente que le rodeaba, principió á asistir con la imaginación á las escenas descritas con más arte que vigor por su favorito Feuillet, y á representárselas con tal verdad, que ni un solo pormenor les faltaba.

Leopoldina Pastor alborotada por ciento, proponiéndose referir a Octavio Feuillet la historia de la cadina para que escribiese un cuento original, y lamentándose de que Jacobo Sabadell no apareciese por ninguna parte, aguardándole todos tan impacientes para tributarle el justo homenaje de admiración que su novelesca aventura les inspiraba, tan distinto del frío recibimiento con que le habían acogido la víspera.

Allí la caza del tiempo que se le antojaba a Vegallana del feudalismo; la castellana en el palafrén, el paje a sus pies con el azor en el puño levantado sobre su cabeza; la garza allá en las nubes, de color de yema de huevo; más atrás el amo de aquellos bosques, del castillo roquero y del pueblecillo que se pierde en lontananza.... En frente una escena de novela de Feuillet; caza también; pero sin garza, ni azor, ni señor feudal: un rincón del bosque, una dama que monta a la inglesa, y un jinete que le va a los alcances dispuesto, según todas las señas, a besarle una mano en cuanto pueda cogerla.... En otra parte una mesa revuelta; más allá un bodegón de un realismo insufrible después de comer.

Y no tan sólo es hermosa La novela de un joven pobre por su asunto y la alteza de los sentimientos que en ella actúan, sino que también sobresale y seduce por las excelencias primorosas del estilo, en que era el autor un magistral artífice. Espíritu delicado y exquisito, Feuillet hacía su prosa dúctil, ágil, experta.

Una tarde, los amigos que me acompañaban en mis paseos me enseñaron la casa de Thiers, el gran historiador, y también me llevaron al café donde, por invierno, solía ir a tomarse su copa de cerveza Paul de Kock. ¿El de las novelas para reír? Tiene gracia; pero sus indecencias y porquerías me fastidian. También vi la zapatería donde le hacían las botas a Octavio Feuillet.

Una mañana de primavera, impresionado por la reciente lectura de cierta novela de Octavio Feuillet, iba paseando distraído por aquellos silenciosos lugares gozando de la frescura y aroma de los árboles y de la grata soledad que allí imperaba. De pronto, al pasar por delante de uno de los palacios, creí percibir rumor de voces en el jardín.

Lo hemos indicado, aunque de paso; lo hemos ya demostrado , y muchos prácticos, entre otros los doctores Boudin y Feuillet , lo han confirmado.