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Era curioso ver á casi todos los ingleses cabalgando como si anduviesen de paseo en Hyde Park, ú otro de los parques favoritos de los fashionables de Lóndres; provistos de sombreros negros de alta copa, lentes ó binóculos, elegantes bastoncitos, delgados botines de charol, levitas ó fracs de aparato, corbatas blancas ó rojas, chales de fina gasa para defender contra los rigores del viento y el sol sus delicadas y afeitadas mejillas, y delgados guantes de cabritilla.

Todos vestían casaca, pantalon, corbata y chaleco negros, como si vinieran de un entierro, y soportaban los picantes rayos del sol con singular filosofía, cubiertos con sus sombreros negros de ala plana y copa encumbrada, enteramente como si anduvieran de paseo por Regent Street ó Hyde Park.

Los dandys de Broadway no les ceden en nada a los de Hyde Park Corner... Pero de pronto pasa un pantalón al tobillo, a cuadros habana, con un jacquet invisible, a manera de cornisa, que os arroja en la más profunda desolación. En general, los hombres parecen de viaje, camino de la estación, con cierto temor vago de perder el tren.

Allí, en las cercanías de los parques del Regente, San James, Green-Park, Hyde Park y otros varios, están los ricos palacios, las elegantes quintas de suntuosas fachadas, las bellas casas de tres ó cuatro pisos nomas, que habitan las gentes acomodadas, los palacios de recreo y de residencia real, y en fin toda la parte de la ciudad destinada exclusivamente al comfort, donde en vez de fábricas y almacenes no hay sino paseos, mansiones mas ó menos aristocráticas, calles anchas, limpias y tranquilas, plazas en cuyo centro se mantienen dentro de verjas de hierro bellísimos jardines, y todo lo que puede revelar el buen gusto y la comodidad.

Por Piccadilly nos encaminamos a la esquina de Hyde Park, y luego, dando vueltas a Constitution Hill, tomamos por la Pall Mall. Una vez aquí, apoderose de el vehemente deseo de descansar un rato y gozar del aire de St.

De las muchas luces nebulosas que vi en la esquina de Hyde Park, tengo un recuerdo claro; pero después de eso mis sentidos parecieron quedar atontados por la neblina y por el dolor que sufría, y no recuerdo nada más de lo que sucedió, hasta que de nuevo abrí penosamente los ojos y me encontré en mi cama, brillando a través de la ventana la hermosa luz del día, y vi a mi lado a Reginaldo y a nuestro antiguo amigo Tomás Walker, cirujano de la calle Reina Ana, de pie, observándome con profunda gravedad, que en aquel momento me pareció humorística.

Cuando volvía pensativo, en la dirección de Hyde Park, pasando por entre los grupos animados de la opulenta calle de Oxford, me decía con tristeza: «¿De qué sirve toda esta grandeza deslumbradora, si ella es el testimonio de un malestar profundo consistente en las mas crueles y dolorosas desigualdades? ¿Es esta la civilización? ¿Es este el progreso, ó es mas bien la decadencia? ¿Esta sociedad no está en peligro inminente de una descomposición completa? ¿Este coloso que se llama Inglaterra no está minado por su baseNo encontrando fácil solucion á tales problemas, y comparando á Lóndres con los pobres pueblos de Colombia me dije luego: «! la civilizacion no es el refinamiento del bien y del mal, no es la exuberancia de prodigios, de invencíones y descubrimientos!

La tradición de raza, la selección secular, la conciencia de una alta posición social que es necesario mantener irreprochable, la fortuna que aleja de las pequeñas miserias que marchitan el cuerpo y el alma, he ahí los elementos que se combinan para producir las mujeres que pasan ante mis ojos y aquellos hombres fuertes, esbeltos, correctos, que admiraba ayer en Hyde Park Corner.