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Copiando al historiador Ibrabim el Katib refiere Conde, que un dia regaló el sultan á una esclava suya, muy linda y preciosa, un collar ó gargantilla de oro, perlas y pedrería, de valor de 10,000 dinares ó doblas de oro, y que contando despues el rey á su poeta Abdala ben Xamri que á sus wazires, presentes á la dádiva, les habia parecido escesiva, el poeta por adular el gusto de su señor habia improvisado un concepto en verso encareciendo las gracias de la esclava querida, al cual contestó el rey con esta otra improvisacion: Es don tuyo Aben Xamri la elegante poesía, los oscuros pensamientos tu claridad ilumina cual las sombras de la noche la luz del alba disipa: su encanto por el oido en el corazon destila, como la gracia y beldad de una criatura linda nuestros ojos arrebata nuestro corazon hechiza, mas que la rosa y jazmin mas que las eras floridas.

Probólo así en la comedia Aben Humeya, comedia histórica, basada en la sublevación de los moriscos de las Alpujarras, escrita primero en francés para el teatro de la Porte de Saint Martín, y vertida luego al castellano: prescíndese ya en ella por completo de la insoportable é indigna afectación de esas teorías antipoéticas; la fábula camina con libertad y sin estorbo, y su dicción, enérgica y llena de imágenes, demuestra que el poeta ha seguido los impulsos de su corazón y de su musa, aprovechando también las memorias de su juventud en la encantadora Granada para dar al conjunto, favoreciéndolo, cierto colorido local.

Siguieron varios judíos de la academia cordobesa ilustrando á España con sus obras en toda suerte de ciencias, tales como Abraham Aben Hezra, filósofo, astrónomo, médico, poeta, gramático, cabalista, entre los de su lei el mas sabio en la interpretacion de los libros sagrados é inventor en fin del modo de dividir la esfera celeste por medio del ecuador en dos partes iguales: Jehudah Levi Ben Saul, insigne poeta cordobés i otros muchos cuyos nombres i cuyas obras están escritos en el tomo I.º de la Biblioteca española que ordenó don José Rodriguez de Castro, i al cual remitimos á los lectores curiosos de saber mas noticias literarias de los rabinos españoles en aquellos tiempos.

Además, entre las fuerzas del rebelde Aben Humeya habia considerable número de otomanos y socorros cuantiosos de Berbería, capitanes prácticos en su manera particular de hacer la guerra, armas y vituallas en abundancia.

Asida á su Ataide Ayela, miraba, cual la leona que á su cachorro defiende, á Aben Jucef, que su cólera trocado habia en espanto, y ella, al verle, tembló toda.

Los árabes, sin recelo de un barco en que está arbolada la bandera de Granada, del rey en prenda y señal, á Aben Jucef se adelantan y en paz le tienden la mano, como á un cariñoso hermano de igual raza y ley igual.

El repartidor fué un judío llamado Jacob Aben Nuñes, físico de Enrique IV i su juez mayor; i el repartimiento de lo que cada aljama habia de dar es como sigue: Las aljamas del obispado de Burgos 30.800 mrs Las del de Calahorra 31.100. Las del de Palencia 54.500. Las del de Osma 19.500. Las del de Sigüenza 15.600. Las del de Segovia 19.500. Las del de Avila 39.590.

Dióse este cuidado á Samuel i Jehudá el conheso alfaquí de Toledo, que se juntasen en el alcázar de Galiana, i disputasen sobre el movimiento del firmamento i estrellas. Presidian, cuando alli no estaba el Rei, Aben Rajel i Alquibicio.

Yo no lo alcanzo exclamó Ataide abatido. Ben Jucef sabrá explicárnoslo dijo el Rey: y de su guardia al punto un kaid llamando le mandó fuese á la casa de Aben Jucef con mandato de que, sin perder momento, se presentase en palacio.

Y esta maldicion horrible que del dolor en la hora Ayela desesperada, de justa venganza ansiosa, pronunció contra el malvado, ignorando su deshonra, ignorando que era madre, cuando lo fué en su memoria, se sublevó turbulenta, sombría, amenazadora; que al maldecir á los hijos de la fiera sanguinosa que asesinó á su familia, maldijo á su sangre propia; y por eso cuando Ataide en su infancia fatigosa, que siempre sobran fatigas donde el dinero no sobra, el bello semblante pálido mostraba, y su linda boca de arcángel no sonreia, la maldicion pavorosa helaba de espanto á Ayela, surgiendo de entre la sombra del imborrable recuerdo de su desdichada historia; y pasaron veinte años de angustias y de congojas para la pobre inocente madre honrada, aunque no esposa, y para el hijo sin padre, del cual fué la herencia sola, con la belleza de Ayela y su sangre generosa, el valor de Aben Jucef y su condicion indómita.