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Todos estos razonamientos repito que me encantaban. Y yo daba gracias fervientes al cielo porque me había hecho nacer en una edad en que las cosas habían cambiado de tal suerte, que el escritor, contando con el público, para nada necesitaba de tirano a quien adular, ni a fin de no incurrir en su enojo se veía obligado a callar las más útiles y hermosas teorías.

Fermín obedeció a su padre, manteniéndose en una reserva prudente. Dejaba sin respuesta las pullas de los compañeros de escritorio que, conociendo su amistad con Salvatierra, para adular al amo se burlaban de los rebeldes.

Nada me aflige tanto como ver a un hombre ilustre y respetado en la república de las letras, arrastrarse a los pies de cualquier político estólido en demanda de un destino o una pensión: me parece que aún subsiste aquel doloroso estado del tiempo de Cervantes, en que los literatos eran los domésticos de los magnates; aún peor hoy, pues que tienen que adular a los que han sido sus compañeros, a quienes han aventajado siempre en el talento, y que por dedicarse a la política, maltrechos quizá en la literatura, ocupan altas posiciones y otorgan mercedes.

Conjeturo que no, al leer todas las irrespetuosas blasfemias de que se valían entonces para elogiar á las damas á quienes servían, ó para adular á los poderosos. Antón de Montoro, por ejemplo, dice á la reina Católica: Alta reina soberana, Si antes nasciérades vos Que la hija de Santa Ana, En vos el hijo de Dios Recibiera carne humana.

Algunas personas incrédulas del lugar querían dar a entender que todo esto se decía para adular a don Acisclo, el cual lamentó de verdad la muerte del sobrino y le elogió en todos los tonos que él podía emplear.

Aquel mundo peligroso, que es maestro en adular todos los vicios de que vive, hizo un recibimiento triunfal al duque de La Tour de Embleuse y le aplaudió su juventud póstuma que salía de la miseria como Lázaro de su tumba. Le probaron que tenía veinte años y él intentó probárselo a mismo.

Y extendiendo en seguida la mano derecha sobre la cazuela, a guisa de bendición, masculló algunas palabras en latín, que Andrés no pudo entender. ¡A cenar, muchacho! Cabrera fue un gran general dijo Andrés para adular a su tío. ¡Quién lo duda, chico, quién lo duda! exclamó éste dejando caer la cuchara sobre el plato.

Nadie diría que aquél es el ministro cortesano en cuyos días murió en Rocroy el prestigio de la infantería española, sino un héroe de los que la guiaron en Muhlberg o Nordinga: sin duda el artista pecando de palaciego, pues no se respira en vano la atmósfera viciada, incurrió aquí en la flaqueza de adular al privado: mas el mal efecto que esto causa instantáneamente se disipa al considerar que Olivares fue su protector, y que aquella inocente mentira era la única prueba de gratitud que podía darle.

No digo yo que nos esté bien adular á los hispano-americanos, suponiendo que sus poetas y sus prosistas valen más de lo que valen. ¿Pero será mejor mostrarnos con ellos severísimos críticos, empuñar la férula, esgrimir la disciplina ó la palmeta y censurarlos y castigarlos duramente?

Para adularme y adular a mi padre, dicen hombres y mujeres que soy un real mozo, muy salado, que tengo mucho ángel, que mis ojos son muy pícaros, y otras sandeces que me afligen, disgustan y avergüenzan, a pesar de que no soy tímido y conozco las miserias y locuras de esta vida, para no escandalizarme ni asustarme de nada.