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Asida á su Ataide Ayela, miraba, cual la leona que á su cachorro defiende, á Aben Jucef, que su cólera trocado habia en espanto, y ella, al verle, tembló toda.

Era la sangre traidora que á Ataide bañado habia del leon, que aparecia, señalando, vengadora, aquel abrazo de amor, aquel delirio infinito; y cual testimonio escrito, indudable, acusador, y cual señal de una afrenta, en la blanca vestidura, marcada su huella impura, dejó una mano sangrienta. ¿Por qué, si no estás herida, si al leon no te acercaste gritó Jucef te manchaste? ¡No lo !

Pero no borró el mar de igual manera en Jucef el recuerdo, que no hay onda que lave la conciencia y que se lleve lo que al hinchado corazon sofoca, lo que en el alma perdurable grita, lo que eterno ante Dios sangriento llora. Y por eso Jucef del mirab santo la blanca piedra con la frente choca, y ruega á Allah con llanto de agonía perdone, al ménos á su Leila hermosa.

Habiendo muerto D. Pedro I en 28 de Setiembre de 1104, le succedió su hermano D. Alonso Sanchez, llamado el batallador, que estuvo casado con Doña Urraca de Castilla, el cual puso el primer sitio á Zaragoza en 1107, cuyo sitio tuvo que levantar por la llegada del rey de Marruecos Jucef, que habia tomado á Cuenca, y que apretaba á Toledo.

Y á su Leila recordando, sintiendo que la perdia á Jucef exterminando, con el alma en agonía siguió la cuesta bajando.

En tanto, la galeota que el fiero Jucef comanda, de la ensenada en demanda, que está de la roca al pié, llega, las anclas arroja y al agua lanza el esquife, que embiste en el arrecife, donde el aduar se ve.

En 1301 el Rey D. Jaime 2.º expidió título de maestro y director de las obras que se hiciesen en la ALJAFERIA, á Mahomat Bellito, hijo de Jucef Bellito Sarraceno, que habia desempeñado el mismo destino, siendo notables las palabras, habeas et percipias de ipsis operibus salarium competens pro tuo labore; para que obtengas y percibas de las mismas obras el salario correspondiente á tu trabajo: lo que parece da á entender, que no tenia provecho alguno sino cuando trabajaba.

Los árabes, sin recelo de un barco en que está arbolada la bandera de Granada, del rey en prenda y señal, á Aben Jucef se adelantan y en paz le tienden la mano, como á un cariñoso hermano de igual raza y ley igual.

«¡Oh santo Allah! las ansias exclamaron del postrado Jucef: ¡Oh Dios sombrío! y en sus ojos las lágrimas brotaron, y por su blanca barba resbalaron cual trasparentes gotas de rocío. ¿Por qué su maldicion? Pasan los años, pero no pasan nunca las memorias, que en la conciencia ennegrecida encienden siniestra luz entre la oscura sombra.

Al fin ya de todo punto loco Jucef é insensato hizo venir de Marruecos, en fuertes jaulas cerrados, seis viejos leones rojos para en la vega soltarlos, y probar si en la árdua caza algun galan abrasado por los encantos de Leila lograba al fin el milagro de hacerse amar de la hermosa por gentil y por bizarro, que aquel que embiste á leones por lograr un fin ansiado, para no amarle es forzoso tener corazon de mármol.